jueves, 5 de abril de 2018

Reseña de Jesús Aparicio González: “Huellas de gorrión. Antología poética (2002-2017). Ars Poética. 2017. Prólogo de José Manuel Suárez.



Este poeta nacido en Brihuega (Guadalajara, 1961) ya tiene en su haber once libros de poesía y nos presenta una antología personal de los últimos quince años, que se corresponden con sus siete últimos. Comienza con un extenso prólogo de José Manuel Suárez que analiza pormenorizadamente la trayectoria poética de Jesús Aparicio. El autor ha querido mostrarnos una panorámica más o menos equilibrada y personal de sus poemas, en lugar de preferir agruparlos temáticamente, ha elegido presentarlos según el volumen incluido. En este aspecto incide el prologuista, “Aparicio no hace libros (…). Sus libros son una colección de poemas”, no busca la coartada de una estructura que complete artificialmente  el sentido de los poemas explicitando una pista para su interpretación. Los poemas deben hablar por sí mismos, con la dificultad que ello conlleva y en la que Jesús Aparicio insiste en varias ocasiones, empezando por el poema que sirve de prólogo. Los tonos, los temas se van repitiendo en una poética consistente y reconocible.
La sencillez aparente de la poesía de Jesús Aparicio consiste en partir de un paisaje, de un objeto, de un recuerdo como punto de partida a partir del cual las palabras toman la voz y proponen. Como José Manuel Suárez explica en el prólogo, “Las cosas nos dejan ver, nos hacen ser” (p. 17), nos empujan a vivir: “Le esquivan como versos a un poeta / que no acierta a nombrar qué le da vida / la sal que está en los labios desde siempre. / No se dejan cazar las mariposas” [Caza de mariposas (poética)]. Muestra de variedad, por ejemplo, un haiku, (En un rincón japonés) y, especialmente en el último de los libros antologados, Arqueología de un milagro, donde parece abrirse a otras técnicas (Mi sueño leve), mientras que mantiene otras estructuras más clásicas.
Consigue, después de una sólida trayectoria, tener una voz personal, lo que le permite, por contraste, citar, homenajear, arrimarse a otros poetas, como Lorca (“En el centro del agua”), Machado (Resurrección), Manrique (El peine), San Juan de la Cruz (“Tú fuiste corza esquiva…”), Juan Ramón (“El final nos traerá una noche triste”), Salinas (en Luz y pájaro, trueca el “Todo más claro” por “Nada más claro”), el Neruda de las Odas elementales (Elegía a una manzana)[1].
El paisaje poético en el que se desarrollan sus poemas es un mundo clásico, antiguo, rural, en ciertos momentos bucólico (Una tarde única). Los temas, el paso del tiempo y la muerte, y, sobre todo, insiste en la reflexión sobre el poder de las palabras, tanto en la ciencia (Obsesionados con la medida y el número, “La vida al fin se explica / desde la magia” de Pañuelo y palabra) como en la misma creación poética. Sobre el papel nos habla de la dificultad de escribir, del sufrimiento que acarrea: “mi campo de batalla”, nos confirma su desconfianza hacia el lenguaje: “No es verdad que hablando se entienda la gente”. El silencio como punto de partida y de llegada. Los dos caminos, nada que ver con Robert Frost, la elección de la escritura como destino para los que no tienen otro destino.
De vez en cuando aparecen poemas de temática espiritual y religiosa (Tiempo de dolor), aunque no se hayan recopilado poemas explícitamente creyentes, en muchos de sus versos cabe la duda (No estaba Dios). Más depurados los últimos libros, describen una actitud más estoico, con un punto zen y místico sufí: “El día es corto y único, / que no les falte el pan a las hormigas” (Poema de una voz); “Momentos que no pueden escribirse, /donde damos por bueno lo perdido” (Cuanto se niega a ser escrito); “Sólo te pertenece / lo que puedes salvar / tras un naufragio. // Y no sabes nadar” (Tu capital), “Un fruto en nuestros labios se deshace, / nos une a Dios en la naturaleza” (Al margen de Francisco de Asís); “La inmortalidad en el horizonte, / en la cima de la esencia de esa flor / con que te engaña el ser mutado en roca” (La paciencia de Sísifo). Late entre sus versos un elogio de la vida sencilla (Suficiente): “Urge en la espera celebrar la vida, / más aún con los pies sobre el hielo” (Huevos de mariposa), añorando apartarse del mundanal ruido: “Es el ruido del mundo, su demonio, / quien nos impide ser / los hombres que soñamos cuando niños” (El ruido del mundo).
En la investigación poética sobre la identidad (Mi otro y yo, Materiales para un autorretrato, Autoarenga) y la identidad del mundo (La flor del agua) hay un empeño cercano a Pessoa, que muestra muy a las claras en su libro de 2012, La papelera de Pessoa. “Nadie es igual / a sí mismo” (Los posos del café…). Entresacamos muchas referencias a la casa, que tradicionalmente se ha identificado con el propio cuerpo: Una casa a estrenar, Detente, Las ventanas, Una casa sin sombra
Aunque en esta antología no abunden poemas de temática amorosa (“Ahora somos al tiempo una encendida vela, / dos vidas reunidas en una misma luz” en Tú fuiste corza…), los versos están llenos de lirismo. Su poesía busca la comprensión del lector, no intenta ser barroco en la expresión, ni críptico en sus conceptos, aunque sean complejas las ideas que transmiten, llenas de matices, dudas y sabiduría. Predomina la humildad (“Sumergido en un sueño el hombre pasa / y eternamente queda a nuestro lado / el ángel”) y la sencillez, por eso prefiere el gorrión a otras aves acaso más espectaculares, como la alondra, el águila o incluso la golondrina. El gorrión es protagonista de varios versos: Vencer a la pereza, Qué tarde más hermosa, Pupila en equilibrio, Pobre gorrión, perdido en casa ajena
“Pobre gorrión, perdido en casa ajena
atrapado su vuelo en aire extraño
por culpa de engañosas, vanas luces.
Pobre gorrión, golpeando en la ventana
por hallar el camino que le salve
del frío y la penumbra de este mundo,
de la casa por Dios abandonada.
Así yo, en mi castillo de ilusiones,
golpeo en el cristal que da al jardín
por quebrar mis derrotas o mi vida”
En Las cuartillas del náufrago utiliza imágenes más insólitas, más surrealistas: “Mis ojos tienen hambre”, “Por mis venas aún corren amapolas”, “Creces como el maíz / mientras duermes” (El primer sol).
“Apoyado en las nubes que pasaron
espera crear lluvia solamente
haciendo un cuenco con sus manos limpias.
Contempla esos instantes de luz nueva
que ofrece un sol verdugo en sus ocasos
mientras entona su canción e insiste
en esperar del cielo una respuesta.
No se mueve ni cede ante el viento
el que ocupa esa rama vacía” (En rama vacía)
Sin embargo, un tinte de pesimismo se cruza al mirar a su alrededor: ni lo que viene “El futuro no es lo por venir / sino un viento que nunca / nos desvela su limbo” (Una cosa sin sombra); ni lo que pasó, “No intentas volver / a calentar la leche con los fuegos antiguos. / Saben rancia y tal vez se cortara” (Los fuegos antiguos), adquiriendo una lucidez calderoniana: “Todo lo que no tiene / principio ni fin cabe, /pasa en el sueño / de estar vivo” (En un instante). También algo de nostalgia dulce (Juego a mi manera).
 “Abrazamos entonces nuestra mejor edad
no queremos crecer, nos da miedo
levantar las pasiones y ver
en la puerta de casa
todo aquello que pensamos
nunca sería para nosotros” (De puntillas).
Huellas de gorrión es una excelente manera de acercarse a la poesía de Jesús Aparicio, llena de matices y luminosidad.


[1] Una “actualización” del Like a rolling stone de Dylan en Canto rodado:  “Nunca sabré / qué mano, bota, palo, / moverá mi destino. / Hasta aquí / hubo aguas y vientos que olvidé. / Partí, / de qué montaña. / Me confié en el barro / y al despertar / fui troceado por un duro sol. / Qué despistado pájaro, / qué nuevo impulso, bote, erosión / redondeará mi alma. / Seré vasija, iglesia, / en qué esquina olvidada / crecerá mi universo.” (Canto rodado).


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