miércoles, 9 de mayo de 2018

Alimentar a la Bestia. Reseña de Tulia Guisado: ‘Caníbal”. Ya lo dijo Casimiro Parker, 2017


La barcelonesa Tulia Guisado es licenciada en Filología Hispánica y posee un postgrado en crítica literaria en prensa. Ha participado en diversas antologías, entre las que destacamos su contribución a Pessoas. 28 heterónimos esperando a Fernando Pessoa (Karima, 2016). Después del sobrecogedor 37’6 (Legado, 2015) llega este Caníbal, a la espera quedamos de su última entrega, Estudio sobre noviembre (Huerga & Fierro, 2018). Como es habitual en la editorial Ya lo dijo Casimiro Parker, el continente está cuidado al máximo, la disposición de los poemas, las citas, las ilustraciones… un libro objeto que llama la atención desde la portada donde no aparecen los nombres de la autora, el libro o la editorial (se sitúan en la contraportada). Por ejemplo, cada poema parece tener una especie de intro. Así, abre el poemario una declaración de principios: 
“¿A qué has venido tú?
yo he venido aquí
para escribir este poema.
Yo he venido aquí para vivir
Y esto no es vivir.
Es lo más parecido a desangrarse
a causa del pinchazo de una aguja
en el dedo anular
o el corazón.”
Predomina en Caníbal el tema del dolor, un dolor contenido, un miedo también agazapado: “Que no se diga, / si muero ahogada, / que fue a causa de la grieta. / Fue la inundación” (La grieta). Un temor que también se extiende al lenguaje en cuanto pueden ser una forma de lucha: “Yo temo el frasco del veneno, / y no su contenido. / El veneno no engaña. El frasco, sí /…/ Como todos los ejércitos. / Las palabras /…/ El juez más implacable es sólo una palabra: la esperanza” (Las palabras). Palabras que recuerdan a palabras, a la sensibilidad de Juan Ramón (“La flor no resiste. / Recuerda el nombre”), a Borges (“Lo mejor que te puede pasar es el olvido”, El olvido) y también a la de Sylvia Plath (“Me duele la vida / donde a otros le late el corazón”, A veces no lo noto).
Tampoco, aprendemos, que nos podemos refugiar en el silencio: “Si yo fuera el silencio / me acercaría a ti para que vieras / qué frágil es el silencio estando contigo” (No estoy segura). El dolor provoca el llanto y el grito, pero el yo poético procura resguardarse: “Todo este ruido que levanto / es el único lugar donde protejo / el silencio que me habita” (La casa)
                Ya demostró Tulia Guisado que sabe manejarse con el dolor, sabe que “la flor surgirá del dolor”. El dolor es ese caníbal, que toma la palabra, “Yo mato al hombre porque el hombre sueña. / Porque el hombre ama. / Mato al hombre / porque el hombre me delata” (Mato al hombre). Este es un libro dolido y doliente, pero también lleno de coraje y de valentía. De autoinvestigación sobre los mecanismos que nos hacen devorarnos –unos a otros, a nosotros mismos–. Continúa una sensación de lucha continua contra el dolor y contra el miedo, en la que el tiempo juega como un aliado que provoca los cambios y la transformación: “Al caníbal dale hambre / y dale sed, y espera”. Es consciente de que la rutina, el eterno retorno de cada día es el verdadero infierno al que temer: “No me vence esto que sucede entre hora y hora de la noche /…/ Sólo balbuceo y ahí nace mi palabra / en el intervalo, en la trampa, / en el peldaño que supone una escalera /…/ Es esto. / Es una y otra vez la misma partitura. Lo que me vence” (No me vence).; “El vértigo es no saltar”.
                El tono recuerda a Terence Malick en El árbol de la vida (“Hay un tramo de vida / entre un árbol desnudo y el otro. / algo imperceptible”) al cuestionamiento de la propia existencia (“Pero no humana. / Nunca humana. / ¿cómo ser humano, / quién querría serlo?”, Humana), y especialmente en cuanto al yo, a la persona concreta que reflexiona y escribe: “Al final del camino siempre hay un espejo / y yo, a tientas, miro mi imagen y digo: / –Tulia, tú puedes. / Y la imagen del espejo me contesta: / –Yo sí. Pero tú, no”. Y más tarde confiesa, “Voy a través de mí, / de mi fragilidad” (Formas de romper). No hay que acercarse mucho al dasein heideggeriano, arrojados al mundo: “Y para qué caer, / si el único lugar donde caer caliente / es el infierno” (Por qué caer); ese ser-para-la-muerte. Hay hasta siete versiones de la muerte, que abarcan el ritual, el silencio, la desaparición, la ola, abril…: “Estoy hecha de memoria /y órganos que trabajan en silencio” (Segunda versión de la muerte), “Cavar más hondo, / más hondo. / Hasta encontrarnos” (Séptima versión de la muerte).
                Abre Tulia Guisado las geografías, y en Venecia confirma que “A Venecia se viene a llorar. / Y si no encuentras el llanto, / Lo inventas”. En Roma, “Y porque tus ojos me parecen / el misterio de la magia universal, / donde no se explica el mundo, pero donde yo / por fin / lo entiendo”. En París, “La belleza no existe, son sólo las estrellas”. Una geografía que supera lo personal y participa en la indignación de la denuncia (“La sombra no protege, / la sombra nos devora”, “Esta mañana los niños / ahogados / en la orilla del mar”, Europa).
                No acusa el poema de lamentos ensimismados, a pesar de todo, de que “El mundo es inhabitable / no lo sabe nadie”, confiesa, “Ya soy feliz”. La lección que aprendemos de esta superviviente del dolor es que:
 “He visto el frío,
esa manera de nombrarte
el dolor, al final,
es una excusa para sobrevivir” (He visto el frío)

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