domingo, 8 de abril de 2018

Tomarse el humor en serio


Algo tendrá el agua, se suele decir, cuando la bendicen. Y algo tendrá el humor cuando lo prohíben los regímenes autoritarios. Se tiene por asentado el gran poder que puede llegar a mostrar el humor combativo, tanto cuando se dirige hacia las más altas esferas, como cuando apunta al escarnio de los más débiles o cuando blasfema sobre lo más santo. La sátira política puede llegar a ser un arma muy efectiva para enfrentarse a figuras que basan su poder en la creación y mantenimiento de un aura de majestad por encima de toda crítica. Esas figuras incorruptibles, pretendidamente perfectas y magníficas, siempre dotadas de pomposidad y boato, que parece que andan sin pisar el suelo, que ni siquiera desprenden olor, esas figuras son aquellas que caen estrepitosamente cuando el niño señala que el Emperador está desnudo.
                Es quizás por ello que tenemos santificada la función del humor como crítica social y política, más aún, por el beneplácito de Mijail Bajtin quien puso de relieve la función crítica del carnaval y la mordacidad mundana. De su análisis, sin embargo, también se extrae la paradójica conclusión de que esa descarga puntual de crítica feroz es también utilizada como válvula de escape y que, al final, las aguas vuelvan a su cauce. El poder permite al bufón para poder seguir siendo el poder. Permite que se suban a las barbas mientras le dejen tenerlas y recortar las de los demás.
                España tiene una espléndida tradición de humor político –gráfico principalmente–. Esta tradición, que comienza con revistas como La Flaca o El Loro, y se continúa –tímidadmente– con La Codorniz, el Jueves, el Papus, Mongolia… termina aterrizando en televisión. Quizás, en estos momentos, El Intermedio puede ser el ejemplo más representativo. El triunfo de las redes sociales ha permitido la irrupción del fenómeno de los memes y, en un nivel mayormente textual, los hilos de Twitter y los ya famosos zascas épicos. El humor corre de smartphone en smartphone, de tableta a pantalla y de pantalla a prensa convencional. Es verdaderamente digno de admiración la rapidez y el ingenio brillante que hacen gala los usuarios en tiempo récord tras una noticia. Cualquier acontecimiento termina teniendo su reflejo inmediato en un chascarrillo, en una imagen, un comentario, que, además de crítico, demuestra, en muchísimas ocasiones, un talento descomunal.
                Además de los usuarios anónimos tenemos verdaderos profesionales de los 140 caracteres (no les hace falta más), como Gerardo Tecé o, en un tono más de humor negro, Camilo de Ory, por citar sólo un par de celebrities del mundillo, cuyos desvaríos son compartidos por miles de seguidores.
                Es la democracia, pensamos. Es una manera de criticar y, de esta forma, socavar el poder de las instituciones. Memes contra el presidente de gobierno, contra la presidenta de la Junta, contra el independentismo o a favor de la estelada… Damos por sentado que, si Franco, que era un dictador, no permitía el humor contra su persona, es que el humor tiene acceso poderoso con intención de destruir mayorías absolutas, de volver a los votantes en contra, de acabar con la corrupción a golpe de chiste.
                Creo firmemente en la necesidad democrática del humor, de la imperiosa necesidad de cuidar la libertad de expresión, de la salud de la blasfemia, de la falta de respeto. No porque haya que ser políticamente incorrectos, al contrario, creo que la corrección política consiste en reírte de los que están sobre ti. Cuestión muy distinta es aprovechar tu situación de poder para reírte del que está en desventaja, de minorías marginadas, de quienes no se pueden defender. Esa crueldad gratuita contra quien no puede defenderse creo que está fuera de lugar, aunque dudaría mucho en prohibirla en general, habría que mirar caso por caso y con extrema cautela. Lo que sí me propondría sería criticarla como ciudadano: censurar en el sentido de mostrar mi desacuerdo, pero no en el sentido de llevarla a juicio salvo, como digo, casos concretos de injurias o peligro para quienes no se pueden defender. El Poder, en cambio, sí que tiene armas para defenderse, todos los Aparatos Represivos e Ideológicos los tiene a su disposición.
                Sin embargo, siempre hay un sin embargo, dudo muchísimo del poder efectivo del humor. Más bien creo que puede convertirse en un boomerang. ¿En cuántas ocasiones no se ha vuelto la broma contra quien la lanzaba? Sólo recordaré dos casos. La popularidad de Esperanza Aguirre tuvo uno de sus pilares en la crítica constante que se le hacía desde Caiga quien caiga, el programa de humor que lideraba hace más de 20 años, José María Monzón, alias Gran Wyoming. El otro ejemplo lo tenemos al otro lado del Atlántico. Cuanta más crítica y más humor se haga contra el presidente Donald Trump parece que consigue mayor popularidad. No solamente son inmunes a este tipo de críticas, parece que se alimentan de ellas.
                Decían los antiguos que las palabras no hieren. El humor tampoco. Y llevado al extremo irreflexivo, trivializa los asuntos. Es una cualidad que tiene el humor. Por eso en los momentos más tensos se recurre al chiste que aligera la tensión. Si la crítica sólo consiste en unas cuantas decenas de chascarrillos y unos pocos de memes distribuidos alegremente por las redes, los políticos corruptos no tienen nada que temer. Al contrario, puede pasar como los personajes de las comedias españolas, esos que son fieros machistas, xenófobos irredentos, casposos añoradores de la dictadura, bordes y desagradables que consiguen caer simpáticos a la audiencia que se encariña de ellos y los dota de unas cualidades humanas.
                Rebajando la tragedia, trivializando el tremendo caos político podemos reírnos un poco, sentirnos acompañados en nuestra indignación. Sin embargo, la indignación se queda ahí, en un megusta, en un compartir, en contarlo en la barra de la cafetería, en pasarlo por el guasap… El político de turno salpicado por el escándalo aguanta el chaparrón, asume su papel, le ríe las gracias al bufón… y continúa en su puesto. Menos memes y más demandas judiciales, menos ingenio y más celeridad en la justicia, menos talento y más cambio de voto. Quizás alguno piense que la crítica con humor entra, pero, como demuestran Cambridge Analytica, el mensaje tiene que estar bien dirigido. No vale la pena malgastarlo entre quienes ya están convencidos de antemano.
                Precisamente por las redes corren unas palabras atribuidas a René, Residente, de Calle 13: el pueblo hace memes de los políticos, pero son los políticos los que se siguen riendo del pueblo”.

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