domingo, 4 de marzo de 2018

Verdad y posverdad, censura y poscensura, moderno y posmoderno (I)



Hay que ver lo que nos gusta escandalizarnos. Lo gracioso es que no por las mismas cosas. Unos prefieren torcer el gesto ante un desnudo, un flequillo y un peinado estrafalario o dos varones besándose por la calle; otros, sin embargo, se encrespan viendo las pantominas de periodistas del corazón, una actriz en traje de noche rodeada de hombres bien pertrechados para el frío o la retirada de una obra de arte de una galería. No es cuestión baladí. El hecho mismo de indignarse es, incluso para Adam Smith, fundamental para la convivencia humana. Indignarse es ponerse en el lugar del otro y sentir lo que la víctima siente, sentirnos menos dignos como personas por lo que hace alguien. Un proceso reactivo muy provechoso para el desarrollo de la justicia. Ahora bien, como sucede con el fuego, nos puede calentar, podemos destruir o nos podemos perecer carbonizados por él.
            En estos tiempos inciertos –hacía tiempo que no utilizaba esta expresión– combinamos una despreocupación nihilista, muy posmoderna, por un gran abanico de temas mientras que nos empeñamos en insistir en temas que nos parecen intolerables. La historia de las ideas debería tener en cuenta no sólo de lo que se habla sino también cuáles son los temas que dejan de parecernos interesantes para la discusión porque los damos por inamovibles en la naturaleza humana y el curso de los acontecimientos. Mientras que unos dan por sentado que las guerras y la violencia van a existir siempre, mostrando así un pensamiento realista, materialista y nada utópico, se empeñan en transformar la conciencia de los ilusos que pretenden un mundo mejor, como si no fuera menos utópico pretender convencer a todos de las ideas propias (estoy pensando en el último Gustavo Bueno, por ejemplo).
            Se ha llegado a un punto en el que muchas de las noticias nos parecen tan irreales como intrascendentes. Las guerras en el exterior, los movimientos políticos internos, las leyes que se nos avecinan las vamos tomando como quien asiste a un programa de televisión tedioso y eterno. Por eso no nos preocupa demasiado que la verdad que nos cuentan sea tan verdad como nos la cuentan. En el fondo pensamos que todo puede ser mentira. La ventaja de las medias verdades, de las manipulaciones, de las fake news es que son mucho más comprensibles que la verdad, siempre poliédrica. Si comulgamos con el mensaje, salta el resorte de la indignación por sintonía. Si nos atacan, salta el resorte de la indignación como reacción. En muy pocas ocasiones nos tomamos la molestia de contrastar –mucho más asequible que comprobar– los hechos. Basta con un simple googleado para saber que la mayoría de las indignaciones son bulos malintencionados, y la otra mayoría demagogia. Entre tanto ruido y tantas voces, se camuflan verdaderos motivos para la indignación. Porque para ocultar algo vale tanto hacerlo desaparecer como cubrirlo y desfigurarlo.
            La reacción en los tiempos digitales no se hace esperar. Es muy fácil pulsar una pestaña para compartir tu indignación. Por primera vez podemos sincronizarnos a escala mundial para mostrar un desacuerdo. Y, como se decía en Spiderman, un gran poder implica una gran responsabilidad. Estoy de acuerdo con Juan Soto Ivars cuando distingue la censura de la poscensura. El verbo se las trae porque censurar puede significar tanto mostrar nuestra desaprobación y afearle el gesto a alguien como la decisión administrativa de prohibir, multar o castigar. Vamos a dejar el término para este último sentido. Censura es que retiren una obra de Arco aduciendo que en España no hay presos políticos. (Tampoco hay unicornios y no vamos a prohibir las camisetas que dicen que los unicornios son reales.)
            Por eso es ridículo hablar de censura feminista. El feminismo no tiene las herramientas que permitieran meter en la cárcel a alguien por expresar sus ideas machistas. La censura no es que te critiquen tus ideas, es que te encarcelen por difundirlas. Sí que puede organizar campañas de desprestigio, de visibilización de conductas y de personajes que las realizan. #MeToo es un ejemplo muy válido en este sentido. Denunciar públicamente los abusos sufridos en el pasado no es una censura puesto que no afecta a la administración de justicia. Cabría preguntarse si no sería más contundente presentar las correspondientes denuncias en un juzgado si no concurrieran circunstancias que lo hacen poco efectivo. La dificultad de probar los abusos unido a la posible prescripción añade un peso más a los abusos, por lo que se recurre a la reprobación pública como único medio de justicia.
            Entra aquí el peligro de la poscensura, que quizás sería más adecuado denominarla como linchamiento mediático. Personajes, como Woody Allen, que fueron denunciados y absueltos por un tribunal formal, vuelven a ser atacados a través de mensajes masivos en las redes sociales que acaban trascendiendo a los medios convencionales y teniendo repercusiones efectivas en el desarrollo de sus vidas cotidianas y actividades profesionales.
            Este panorama es novedoso aun cuando el linchamiento mediático no lo es. La cuestión es que antes de la llegada de las redes sociales, la información estaba monopolizada y era unidireccional. El caso Dreyfus en la Francia de finales del siglo XIX es paradigmático. Un judío acusado de espionaje sufre una campaña de desprestigio unánime hasta la llegada del celebérrimo artículo de Émile Zola, Yo acuso, destapando el antisemitismo de la condena injusta. El linchamiento y la defensa se había realizado en la esfera de la prensa, sin que la opinión pública pudiera responder en los mismos términos. En la actualidad podemos mandar mensajes masivos de apoyo o repulsión en cuestión de horas. Justine Sacco tuiteó una broma con connotaciones racistas antes de subir a un avión de viaje a Sudáfrica que se hizo viral y terminaron por despedirla de su trabajo antes de bajarse del avión. No es el único caso que, desgraciadamente, hay sobre las consecuencias desproporcionadas de los linchamientos digitales.

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