domingo, 18 de marzo de 2018

Lo bueno y lo malo



La tragedia del pequeño Gabriel ha movilizado a la población Y es un caso en el que hemos podido comprobar lo mejor del ser humano: la entrega de tantos voluntarios, el empeño de las fuerzas de seguridad, de miles de ciudadanos que contribuyeron difundiendo dibujos de pececillos. Toda esta movilización nos reconforta porque vemos que el ser humano es capaz de la mayor solidaridad y nos sentimos orgullosos de pertenecer a la humanidad.
                Sin embargo, toda esta bondad, todo el temple de esta pareja, la fe y la prudencia que están demostrando día a día quedan destrozados por la acción de una sola persona. La asesina. En un instante puede cometer lo más abyecto y arruinar la vida de todo alrededor. Hemos visto la humanidad de los guardias civiles destrozados al comprobar que no había esperanza. Una sola gota de maldad acaba con todo lo bueno que el ser humano pueda construir, lo cotidiano y lo sublime.
                A partir de la tragedia de nuevo vemos cómo somos capaces de lo mejor, de la solidaridad con los padres. contemplamos admirados esa sabiduría admirable nos transmiten en sus declaraciones. También vemos, desgraciadamente cómo una tragedia también saca lo peor de los seres humanos. Algunos desalmados, armados con una cuenta de twitter arremeten con lo más sagrado, hacen sangre de lo que siempre hacen sangre, utilizando despiadadamente la tragedia para llevar el agua a su molino. Aprovechan para atacar a sus enemigos sempiternos de la manera más abyecta. La prensa, alguna prensa, algunos programas de televisión se nutren de la pornografía emocional despreciable e intentan sacar réditos económicos, políticos de sus prejuicios y sus intereses. Racismo, machismo, desprecios varios como armas repugnantes.
                Un número considerable de buenas personas, que seguro que han intentado contribuir a su modo con la búsqueda, que se han identificado con esos padres desesperados, que probablemente estuvieron en las manifestaciones y concentraciones de apoyo, han sacado su indignación y su rabia haciendo necesaria la intervención de la policía para proteger a la presunta asesina. Los gritos, las amenazas, comprensibles, por supuesto, dibujan, sin embargo, un panorama desolador de tristeza.
                No faltan quienes reclaman un linchamiento inmediato o que justifican la pena de muerte. La espinosa cuestión de la prisión permanente revisable irrumpe inoportuna. Para mí es un tema muy delicado que prefiero discutir de manera más pausada cuando los ánimos estén más calmados, sobre todo para no caer en el bochornoso espectáculo que han ofrecido muchos políticos en el debate en el parlamento.
                Es lo que tiene el mal, consigue arrastrar a toda la comunidad en su maldad. Nos hace peores personas, la ira y la rabia, justificadas plenamente nos obliga a infringir dolor y a controlarnos, a sentirnos la repugnancia interna de no ser capaces de castigar con mayor dureza. Porque nada conseguirá acallar nuestro dolor, nuestra pena, nuestro sentido de haber perdido el universo entero en cada víctima. Y sólo queda la amarga sensación de habernos convertido en personas capaces de infringir dolor y transmitir el dolor como respuesta. Si permanecemos impasibles, si nos controlamos nos cae la sensación de cobardía y de falta de coraje de vengar el dolor y que el verdugo sienta en sus carnes el dolor que los demás sufrimos. Y si lo hacemos, nos convertimos también en seres despreciables que no somos capaces de ascender al nivel de la justicia.
                La indignación y el dolor nos revuelve las entrañas y es natural que se quiera descargar la ira sobre el culpable. Pero escuchamos voces que llaman a la templanza. ¿Nos debemos sentir miserables por desear una muerte o un castigo ejemplar? ¿No nos vamos a sentir más miserables si dejamos pasar impunemente un crimen tan horrible? El mal provoca eso, que seamos miserables en cualquier caso. Es necesario que reciclemos nuestro dolor y nuestra rabia, es humano y de humanidad se trata.
                También es humano tratar de responder humanamente a la tragedia y no descontrolar una respuesta que acabe tomando la justicia por su mano y linchando antes siquiera de un juicio. Nunca ninguna pena devolverá la vida perdida y es más que probable que haya que revisar todo el código penal, pero no podemos convertirnos en una sociedad tan salvaje como el crimen que pretendemos llorar. Nunca se podrá odiar en paz.
                Así es la tragedia, el horror que puede hundir a una sociedad entera en lo más terrible.
Suscribo totalmente las lúcidas palabras de Santiago Alba Rico, el cosmos entero ha sido asesinado. Destaco de su artículo:
Si la tuviese entre mis manos, la haría picadillo. Por eso no quiero tenerla entre mis manos. Quiero que esté en manos de la Guardia Civil, protegida de nuestro infinito dolor. Quiero ponerla en manos de un juez. Quiero que tenga un juicio justo, con todas las garantías –incluido un abogado que se tome en serio su tarea– y, si se demuestra que destruyó el mundo común, delito tan inconmensurable como las fuerzas con que lo cometió, quiero que reciba la máxima pena insuficiente, porque todas lo serían.

2 comentarios:

  1. Sencillamente, MAGISTRAL, lo he compartido, mi querido amigo. Ni falta ni sobra una palabra.

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  2. Maravillosamente explicado. Cordura que alimenta.

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