domingo, 11 de marzo de 2018

Hipocresía y postureo



Podemos decir que la huelga feminista del pasado 8 de marzo ha sido todo un éxito. A nadie se le escapa que, evidentemente, no se ha terminado la discriminación de la mujer, ni se han conseguido cambios legislativos, ni promesas de haberlos en un futuro próximo, pero guste o no –y precisamente por las quejas de aquellos a quienes no les gusta– la convocatoria ha conseguido centrar el debate, al menos temporalmente en las relaciones sociales de las mujeres. También se ha puesto de manifiesto, y creo que es importante y necesario, comprobar que hay muchos feminismos y muchas formas de movilización. La heterogeneidad debe ser la esencia de quienes defendemos la heterogeneidad de la sociedad. Por esta razón hemos visto muchas sensibilidades distintas actuando, respondiendo a la convocatoria.

            El núcleo más activo, de feministas que llevan en la brecha de la conciencia y la movilización ha llevado la voz cantante. Luego se han podido sumar muchos más que no siempre se han decidido a asumir de manera inequívoca los objetivos de igualdad, pero que, honestamente, se pueden sentir feministas -hombres y mujeres-. Se critica, por otra parte, que se hayan apuntado al carro otros muchos, otras muchas por el simple postureo, feministas de postín que solo se nota que son defensoras de los derechos de la mujer de boquilla, que luego asumen orgullosas un papel subalterno en las relaciones sociales, en el trabajo, en la familia. Más preocupadas por el papel femenino que por las reivindicaciones feministas. Feministas de postureo.

            Y, por último, la hipocresía de políticos y figuras de renombre -aunque no vaya a nombrarlas- que se han llevado toda la semana abjurando de la huelga, tildándola frívolamente de elitista, de inútil, de cualquier cosa que pudiera justificar ser mujer y estar en contra de algo que las defiende; y en el momento de la verdad, viendo que daba mayores réditos, se apuntan a la huelga. Políticos, como el presidente Rajoy quien, hace unos días, prefería no entrar en el tema de las diferencias salariales entre hombres y mujeres y ayer portaba un lacito morado y realizaba declaraciones en las que se comprometía a “seguir” luchando contra las desigualdades. El gobierno ahora sí es feminista, aunque la ministra de igualdad tenga la incultura de declarar que no se siente identificada con el término. Hay una palabra para estas actuaciones, hipocresía. También hay otras, como oportunismo, populismo, demagogia…

            La lección que aprendemos del 8M es que un acontecimiento como este es capaz de poner en la agenda pública una cuestión que debería haber estado y se va postergando porque la sociedad tiene unas estructuras que apartan este interés. Digo estructuras porque no sólo es cuestión de patriarcado, de dominación masculina, también se cruza una cuestión de clase, de lucha de clases. El empresario que se aprovecha de la situación subalterna de la mujer para forzarla a aceptar peores condiciones laborales, mayor precariedad, menores horas y menores sueldos. El concepto de “estamento” es el que mejor describe una situación en la que por ser mujer se da por sentado que tienes unas obligaciones de cuidado dentro de la familia (y ahí estuvieron muy oportunas las dirigentes del PP gaditano explicando que las mujeres no podían hacer huelga porque tenían que cuidar de los mayores y menores). La tradición y el espolio salvaje del trabajador se unen para desterrar la igualdad de los asuntos “serios e importantes” que deben centrar las tareas del gobierno.

Si sectores claramente machistas deciden ponerse el “disfraz” de defensores de la mujer está significando que, en el terreno simbólico al menos, las cosas están cambiando. Obligar a “expertos” a intentar justificar por la biología o la sociedad, o el mercado las desigualdades es síntoma que lo que parece obvio y evidente debe ser “justificado” con números, datos y gráficas. Poner en tela de juicio pondrá bajo los focos diferentes opiniones y, probablemente, unas tendrán mayor espacio mediático y mayor poder de convocatoria y convicción, sin embargo, indica que consideran un desafío que hay que combatir. Tanto es así que gente que nunca va a una huelga o a una manifestación buscan excusas “respetables” para no ir a esta: empresarios, conservadores, “antipodemos”, los cuñados que todo lo saben y que denuncian que las mujeres no protestan cuando entran gratis en las discotecas, y otros argumentos viciados. Que si su defensa de la mujer no puede estar manipulada por partidos o sindicatos. Es simpático que piensen que un partido que no llega al 20% de los votos en España sea capaz de movilizar a escala mundial a la opinión pública en su tenaz empeño de acabar con el mundo occidental. También es enternecedor olvidarse que una huelga la deben convocar los sindicatos…

            De todas formas, es sintomático que las mujeres que no quieren hacer huelga lo hacen en su derecho a ser mujer y decidir por ellas mismas. Sin entrar en si es falsa conciencia o manipulación, lo cierto es que la defensa de los derechos de la mujer se puede abordar desde muchos puntos de vista, pero cada vez está más fuera de toda duda que es una lucha legítima. Aunque estas conservadoras consideren que el feminismo es cuestión de lesbianas de pelo corto y camisa de franela a cuadros que intentan castrar a los hombres, toman decisiones sobre su propio destino. Es una pena que nos lancemos piedras contra nuestro propio tejado.

            Sin embargo, no podemos –no debemos– ponernos exquisitos y puros en las convocatorias, solo feministas de carné. ¿Cómo se haremos un movimiento transversal si preferimos criticar de quienes se unen a nosotros de forma circunstancial antes que a quienes representan los valores que pretendemos destruir? Si este es un movimiento masivo deben entrar todos, quienes comprenden verdaderamente lo que hay en juego y quienes apenas atisban el iceberg del machismo. Evidentemente que no es suficiente, que con una convocatoria y unas manifestaciones, que con un paro de un día no se transforma el mundo, pero sí que nos da la pista para poder continuar. La democracia tiene la ventaja de que los gobernantes, para ganar el voto del pueblo tendrán que ir haciendo lo que el pueblo demanda. Hagámosle saber al gobierno que es imperioso el final del machismo. Incluso debemos aprovechar la hipocresía y el postureo a favor de la mujer. Que se puede lo tenemos en la historia comprobando cómo, en tiempos pasados –tristemente no tan pasados–, las cosas iban de forma distinta, el machismo era más grosero, la violencia más institucional, las leyes eran directamente discriminatorias. Y también comprobar cómo las conquistas sociales deben ser preservadas porque pueden perderse en una generación o simplemente aprovechando la coyuntura de una “crisis” económica.

           

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