domingo, 21 de enero de 2018

Trazas de identidad




No sé quién dijo que para ser universal hay que ser radicalmente local. Igual es una sentencia sin sentido alguno, con la apariencia de sabiduría que da la paradoja. De todas formas, hoy comienzo con la noticia de que mi pueblo, Rota, va a promocionarse en la feria del turismo, Fitur, con las pizzas. Para quien no esté al tanto del asunto puede parecerle muy extraño, pero tiene su razón de ser. Todo el mundo sabe que las pizzas es un invento de ida y vuelta entre Italia y Estados Unidos, con origen en un sitio y difusión en otro de tan enrevesada manera que hay sospechas de que la pizza estadounidense sea un invento autóctono exportado al lugar de sus raíces. El caso es que las pizzas norteamericanas son sustancialmente distintas de las que se pueden probar en los restaurantes italianos de todo el mundo.

            La base naval de Rota puso en contacto a partir de finales de los años 50 una comunidad pequeña, de carácter campesino y marinero, con un universo completamente ajeno. Pero no sólo porque desembarcaran marines de todas las razas y colores (afroamericanos, filipinos, protestantes, testigos de Jehová, midiendo 2x2 metros o siendo apenas diferentes en el deje), también fue impactante por la cantidad ingente de personas que vinieron a trabajar en la construcción del recinto y terminaron contratadas en los múltiples oficios que se ofrecían, la mayoría de ellos con carácter de trabajador en el extranjero. El segundo restaurante chino establecido en España fue en Rota. La radio de la Base trajo el rock, como se ha insistido muchas veces, pero también la música disco y el rap mucho antes que pudiéramos verlo en televisión. Y así, conocieron los roteños nuevos tejidos, los potitos, bolígrafos con faja plateada del US Government y nos acostumbramos a nuevas realidades como la chopatrol (shore patrol, patrulla costera), la pica (pick up, furgoneta de la policía militar que recogía – ­pick up– a los alborotadores), o el neivicheinch (Navy Exchange, o grandes almacenes en cuyas estanterías reposan todos los exóticos productos del Nuevo Mundo). Realizar un inventario del impacto cultural que supuso la base naval es tarea colectiva pendiente que muchos hemos querido, sin éxito, abordar.

            Fruto también de esta mezcla fueron las salas de fiestas que ya cerraron y la gastronomía mixta. El número de hamburgueserías y pizzerías de la localidad supera en mucho la proporción que se puede encontrar en otros lugares similares en cuanto a número de habitantes. La pizza que se hace en estos locales difiere notablemente de las pizzas de los restaurantes italianos, pero también de los americanos. Por ejemplo, no se suele cortar la pizza en porciones triangulares, como se hace en los Estados Unidos, se divide por la mitad y luego en franjas perpendiculares que distinguen los picos, con mucho borde, de las otras raciones. Puede ser un detalle trivial, pero es un ejemplo de la idiosincrasia, que, por supuesto, también alcanza a su sabor. Este año, entonces, los encargados del turismo de la corporación municipal han decidido hacer bandera de esta peculiaridad culinaria.

            Por supuesto han surgido voces discordantes. Siempre hay voces discordantes sobre cualquier decisión política. Sin embargo, hay un matiz distinto. Parece que ha prendido un poco el orgullo de lo tradicional y el rechazo hacia lo que se considera una intromisión foránea. Aunque sea conocida y celebrada por muchísimos veraneantes, no se estima, por parte de un considerable sector de la opinión pública local, que deba ser representativa de la identidad roteña. Se prefieren otros platos como el arranque (especie de salmorejo, mucho más denso) o la urta a la roteña (que tampoco debe tener muchos más años que el establecimiento de los americanos en la villa).

            Es un ejemplo de algo de lo que somos conscientes en el pueblo. Rota vive, en cierta forma, de espaldas a la Base, cuya sombra planea por el pueblo como el Castillo en el relato de Kafka. Aunque muchos, muchísimos puestos de trabajo dependen directa o indirectamente del establecimiento militar, aunque todos reconozcan su importancia, somos muy reacios a identificarnos con la Base. Al contrario, tendemos a forjarnos un imaginario identitario en el que la Base no existe. No siempre es así, por supuesto, hay diversos estudios al respecto. También la última novela de Felipe Benítez Reyes, El azar y viceversa, explora esa confluencia en los años 70. El entonces jovencísimo José Antonio Lucero, a propósito de un asesinato, en un ambiente casi de Twin Peaks, sitúa Marianela, 1972 con la relación del pueblo con la Base de fondo.

            Muy significativo resulta analizar los pregones que se realizan con motivo de las fiestas patronales o de semana santa. Además de la exaltación de los valores propios del motivo del pregón, siempre tienen un rinconcito para la nostalgia. El efecto emotivo es sobresaliente en la audiencia. Los juegos infantiles, los dulces de 'Cositas Buenas', el entrañable vendedor ambulante; monumentos, el viejo espigón del muelle, calles que se han perdido, el origen pesquero, la mayetería (agricultura tradicional retratada por Pedro Antonio de Alarcón en un pequeño relato, El libro talonario)… todo un abanico de recuerdos y añoranzas ente las que no tiene lugar la base naval. Aunque nos haya marcado nuestra infancia huir de la pica y de los marines de la VI Flota, aunque recordemos con añoranza los jerseys americanos, o los chicles, o la cocacola de la Base, no estimamos conveniente asumir estas características como identitarias. Lo ocultamos como se intenta hacer pasar desapercibido a ese familiar tarambana que es la oveja negra de la estirpe.

            Y es normal. Por una parte, por el rechazo al imperialismo, a esa colonización que supuso tener un territorio dominado por la Superpotencia. También por el aspecto militar, con su pasión por lo secreto. Y, en cierta manera, por el servilismo ante tan poderoso amo. Un orgullo patrio que puede afectar tanto a los que se definen de izquierda como a los de derechas.

            La formación de la identidad de una comunidad es siempre una construcción, proceso que tiene sus olvidos, su selección más o menos consciente. La búsqueda de las características que nos identifiquen, las vivencias comunes que nos unen y las que nos diferencias y distinguen de los pueblos vecinos. No tenemos necesidad de distinguirnos de los lejanos, sino de los que son casi como nosotros. La sombra de la Base Naval podría ser el elemento distintivo, la seña de identidad definitiva, aunque sea una identidad mestiza.

            Mestizas, como todas las identidades.

4 comentarios:

  1. Difícil apreciar el relato sin tener ni idea de la localidad que describes.
    Me imagino que pasó lo mismo en Madrid Torrejón) o en Zaragoza.
    Independientemente, las descripciones y el resto como siempre geniales. Un gusto poder leerte

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  2. No te gustan nada los americanos 😂😂

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