martes, 26 de diciembre de 2017

La cartografía biográfica




Stole me a dog eared map
And called for you everywhere
    Iron & Wine

En pocos días he tenido la oportunidad de visitar lugares que conozco muy bien con la intención de mostrárselos a personas que no los conocían de nada. Uno tiene la intención, al principio, de enseñar los hitos más importantes, lo que diríamos, la visión turística de la ciudad, iglesias, monumentos, plazas emblemáticas… pero van asaltando los lugares de la infancia. Aquí nací yo, aquí me bautizaron al día siguiente. Detrás de ese callejón estaban las casas de los maestros, donde pasé mi infancia y adolescencia. En ese estanco conocí a mi mujer. Esto lo llevan unos primos. Ahí presentamos la revista, en estos bares entraba cuando era joven. El muelle que marcó con tantas noches. Las casas que trascalan, donde las chicas entraban como para visitar a alguien y salían por la calle paralela, dejando a los impertinentes que las seguían, esperando con un palmo de narices. En este bordillo me senté un día después de haber metido la pata. Esta fue la playa donde paseamos tantas veces.
                Los paisajes que me han ido acompañando desde el pasado van cobrando una inesperada vida. Inesperada porque soy de los que se sienten extraños en cada sitio. Como llegado cuando la película lleva empezada un tiempo y, aunque pillas el argumento, eres el intruso, con la sensación de no saber todos los detalles que los demás sí conocen bien unos de otros. Si fuera de las personas que aman su pueblo, o de aquellas otras que tienen su patria en la infancia sería comprensible este ejercicio de añoranza. Pero no va por ahí mi sentimiento. Es, más bien, la constatación de la acumulación de recuerdos que están encarnados en distintos puntos del mapa.
                Paseando por la capital sucede lo mismo. Hay tantos rincones que son especiales. Siempre voy a recordar la papelería de la calle Sierpes donde compro el calendario todos los años, y también el rincón donde el sol deja unas sombras más adelante. Los lugares que han desaparecido, las tiendas donde compré un anillo, una cesta, los discos. El bar donde leí aquel horrendo libro. Los paseos con el carrito de bebé. Las vueltas buscando el cine. Galerías de arte que echaron el cierre y muchos rincones que parecen que han desaparecido o que quizás sólo hayan estado en mis sueños.
                Son caprichosos los recuerdos y más aleatoria su cartografía. No siempre van acompasados. ¿Por qué siempre aparecen en mis sueños esta calle y no la contigua? ¿Por qué un beso y no el siguiente? El tiempo también hace de las suyas y alterna edificios que se desdibujan con solares construidos, el paisaje se altera con negocios que se hunden, tiendas de discos, librerías que se arruinaron, calles que se hacen peatonales, nuevos edificios que se derrumban y transmiten la extraña sensación de que el espacio es conocido, pero también nuevo y extraño.
                El cuerpo ha marcado unos territorios en el mapa, ha olvidado muchos y lo sabe. Es sensible. La piel se eriza y un acongojamiento sube por la garganta. También por esa cartografía emocional, por todos los lugares imaginados y recordados. Por la luna que se ocultaba entre los árboles y por las nubes que descargaban cortinas de agua cerrando el paso al autobús que se iba.
                Uno ya va cumpliendo unos años y es indudable que tiene una vida a las espaldas. Muchas vidas. Los paseos imposibles cogidos de la mano. Los besos que todavía emocionan. Los taxis callejeando por el laberinto de las aceras llenas de gente, de los rincones del centro más turístico subrayan otra ciudad distinta de la que ven los visitantes. Conviven en capas las vivencias de quienes, asombrados, no dejan de llevar la cara levantada, buscando cada uno de los lugares que vienen recetados en su mapa turístico con los recuerdos, eléctricamente cargados de emociones, que se fijan en otros rincones, en los escaparates de tiendas que ya no están, en bancos del parque, consultas de médicos, agencias de viajes... Agencias que nunca recomendarán poner el foco de la cámara en objetivos tan banales.
La melodía que suena al pasar la mano por cierta reja, al pisar por esos lugares se acompaña con los olores que vuelven contundentes, el azahar, la primavera en las terrazas, el calor de las noches de verano… Así la ciudad compone una sinfonía caótica en la que las melodías se van entreverando y quizás sean audibles sólo para algunos. Y quizás suene al unísono para quienes sepan escucharlas, para los que tienen en sus poros el oído del recuerdo. No valen las narraciones, no valen los mapas. La ciudad, las calles, el pueblo, los rincones tienen la memoria geográfica del espacio de los recuerdos, de la identidad que uno va esparciendo a lo largo del tiempo. Apenas si los recordamos en el vaivén diario, en el tiovivo cotidiano que aturde nuestros días y nuestras noches. Sólo es necesario tener la oportunidad, aunque sea en silencio, para que afloren los recuerdos, todos los sitios que hemos compartido, todos los lugares en los que hemos sido.

1 comentario:

  1. Curiosa publicación, en estos días en los cuales he recorrido la población que me vió crecer he tenido pensamientos parecidos...muy curioso
    El título me encanta. Gracias

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