lunes, 8 de mayo de 2017

Vigas y pajas (y II)



Como decía más arriba, me gustaría que aquellos que defienden mis ideas políticas, o por lo menos unas que se parecen algo, fueran íntegros, que no jugaran con el electorado o que coincidieran en las actuaciones con lo que a mí parezca lo mejor. Por ejemplo, que la izquierda se esté enfrentando en facciones es casi un tópico. Tampoco ayuda, creo, utilizar técnicas de acción política propias de grupos que no están en el parlamento. Para llamar la atención sobre un aspecto no basta con convencer a los ya convencidos, se trata de conseguir apoyos nuevos. Un autobús no ayuda.
                Creo que la visión regeneracionista, metáforas biológicas incluidas, sobre la vida política no es que esté caduca (nótese el paralelismo), sino que acogía sobre sí un peligro muy importante. La diferenciación entre las masas (llámense bases, pueblo, ciudadanía) y una élite dirigente que debía llevar adecuadamente el timón del Estado se puede volver en su contra. Es cierto que una parte de las élites del poder son tradicionales y se han ido adaptando a los tiempos y reconvirtiendo. Y vemos familias que ya se aprovechaban del turnismo de Cánovas y se mantienen en la actualidad. Pero también es cierto que el país ha cambiado y muchas de las familias influyentes en las decisiones políticas y económicas ni siquiera residen aquí.
                ¿Moción de censura? Por supuesto, el Partido Popular no es sólo nefasto en sus políticas, está carcomido desde los cimientos en corrupción y el gobierno gasta más energías tapando estos “casos aislados” que en los asuntos propios del Estado. Lo que no entiendo son las reticencias del PSOE argumentando que está perdida la moción. Como la de Felpe González contra Suárez estaba perdida de antemano. Es una estrategia de desgaste. Tampoco entiendo que Podemos esté dispuesto a aceptar cualquier candidato con tal de quitar a Rajoy de la Moncloa cuando en las primeras elecciones rompió el pacto que parecía a punto de firmar con Pedro Sánchez. Aunque sí entiendo que lo hiciera, no sólo porque se escuchan voces dentro del PSOE que admiten que quienes propiciaron la ruptura fueron los socialistas, también porque el PSOE los hubiera engullido durante la legislatura. No compartí las expectativas de sorpasso que les hicieran pensar que iban a salir ganando con unas nuevas elecciones, aunque me parece una buena idea votar mientras que no haya acuerdo. La política de gestos tiene un límite y no se puede uno quedar en celebraciones o símbolos. Como las celebraciones escolares de las conmemoraciones, sí sólo se quedan ahí, son inútiles. Otra cosa es que la prensa sólo airee los gestos más conflictivos y chocantes y oculte la labor más callada de la política “real”.
                El famoso lema “No nos representan” admite dos sentidos. Por un lado, representar en términos políticos, actuar en lugar de otro, y por el otro, llevar a cabo una representación, como en el teatro o en el cine. Este último sentido incluye considerar el ámbito de la política en sí mismo como un escenario donde hay que “representar” unas ideas. Tengo el temor de que se vuelquen los esfuerzos en escenificar, en idear acciones que llamen la atención mediática y se olvide la representación parlamentaria, el trabajo en el seno del poder legislativo. En realidad, todos los partidos juegan (play) a eso, especialmente en las campañas electorales. Muchos dan por sentado que la izquierda más alternativa, Podemos incluido, están más preocupados por salir en las noticias que por llevar a cabo labores políticas. Todavía hay tiempo de rectificar.
                No “pertenezco” a ningún partido. No hay siglas que me posean y estoy orgulloso de cambiar de ideas cada vez que reflexiono y encuentro otras mejores. He votado a diferentes formaciones políticas y no necesariamente me identifico, con más razón, con cada uno de los dirigentes de las formaciones políticas a las que puedo votar. De la estupidez no se libra nadie.
                Me indigno con muchas cosas que hacen los dirigentes de izquierdas, aunque me parezcan ridículas comparadas con las monstruosidades que hacen los grandes partidos. No quisiera que hicieran el ridículo ni que fueran corruptos. Tampoco me hago responsable de lo que haga cualquiera que se diga de izquierdas, por mucho que le avalen unas siglas centenarias, o que enarbole una bandera revolucionaria. Por eso el voto a la izquierda es tan volátil, quizás porque somos muy exigentes con los que se supone defienden nuestras ideas. Lo que me pregunto muy a menudo es cómo se deben sentir los votantes del Partido Popular con el descubrimiento de los nuevos casos de corrupción generalizada, o con las declaraciones claramente xenófobas, franquistas o machistas. No debe haber nada vergonzoso, a priori, en defender tus ideas –la mayoría de las ideas–, sean de izquierdas o de derechas, pero sí que es una vergüenza defender a sinvergüenzas porque sean los tuyos. Eso te hace un miserable.

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