miércoles, 17 de mayo de 2017

Reseña de Manuel González: Etapas. Renacimiento. Col. Mediodía. 2016.

Raquel Lanseros prologa este cuarto volumen de poesía del donostiarra Manuel González. Insisto en su origen, pues, a pesar de su residencia e infatigable labor en su tierra de acogida, Valladolid, sigue radicando su poesía desde el paisaje de San Sebastián, siempre San Sebastián: la ciudad, su lluvia, la bahía, los cafés. La infancia es también la tierra desde donde nos abre el mundo. Precisamente la adopción de esta referencia aparece como una mayor madurez. Manuel González mira hacia atrás con perspectiva, evalúa su presente e incluso se aventura hacia el futuro.
Pudiera parecer menos comprometido que en Cicatrices en los tobillos, pero sólo es una ilusión. Quizás abandone el tono de denuncia, pero hay entre sus versos un mensaje comprometido muy potente: “Vista cansada: / No me extraña. / A esa edad / había visto demasiado” (Gafas). La infancia del poeta sucedió en el País Vasco durante los años de hierro, cuando había que convivir con el miedo: “llamar infancia al cuarto del fondo / donde se guardaban las pistolas” (Miedo) o “Cerraba muchos los ojos / lo hacía muy a menudo, / siempre que podía / … / Ante los uniformes escondidos / detrás del humo de los cigarros. / En las banderas de guerra / que ondeaban en casa” (A oscuras).
Es evidente que la experiencia personal del poeta es la que explica –detalladamente– la peripecia vital y poética de la primera parte, pero, aunque no hayamos vivido aquellos años en su piel, la experiencia es asumible por el lector. Manuel González nos abre sus rincones íntimos, físicos y espirituales, para que nos asomemos a un yo poético transparente. En la primera parte, la infancia como incomprensible, que sólo ahora cobra sentido, sólo ahora se entienden los miedos. “Crecía a escondidas / con los ojos llenos de preguntas” (Niño), “Los niños perdieron su voz de niño. / Babel no tenía idioma para nosotros” (Pantalones cortos), “Ponga el destino la infancia en su sitio” (Oración). Mira su niñez desde la mirada del adulto, con ecos evidentes de Gil de Biedma, “Desde entonces / te juro amor que por las noches / la vida me habla siempre de nosotros” (Ventana al mundo). Ya se han curado sus cicatrices en los tobillos: “Hay infancias con el cielo siempre abierto / a los que no se asoma nadie” (Invierno), había que dejar pasar el tiempo y recurrir a la poesía como salvación. Paz es la palabra que abunda en estas Etapas. Y muchas banderas, aunque, como sabemos, la infancia es la verdadera infancia del hombre. La búsqueda de la madurez, superar los miedos de la infancia…: Busco casa, Llegada. “Seguir caminando en la vida / vestido de andar por casa” (Zapatos viejos).
Sabemos que hay biografía detrás de metáforas crípticas, mensajes ocultos para alguien que los ha vivido o las entienda. El poeta utiliza lo cotidiano, las referencias concretas a las ocasiones, a objetos para certificar la realidad biográfica de lo que cuenta, especie de fogonazos, de flashes que sitúan sus momentos. El tema del amor es transversal en todas estas Etapas de la vida, así como la concepción de lo cotidiano como materia prima de la poesía.
             En la segunda parte: “Ahora es distinto. / Ahora celebramos ahoras” (Ahora es distinto). Como ya advertíamos en la vertiente más intimista de su poesía en entregas anteriores, es central el descubrimiento del amor como una liberación: “Construyo mi casa sobre tus hombros” (Desastre), como redención, como “tabla de salvación” (Tabla de salvación), y como un conocimiento: “Solo tú y yo entendemos el mundo / cuando nos cogemos de la mano” (Solo tú y yo). Muy oportuna la cita de Raquel Lanseros (“Igual que quien sujeta una bandera / los amantes se toman de las manos”) que abre esta segunda parte mucho más sensual (Un día de estos): el juego del amor, de las parejas incipientes, de la consolidación, como Consejo, que suena al Dylan de If you gotta go, go now.
La vida sigue con tu permiso” (Ahora es distinto). La segunda parte también mira a la infancia, pero desde la madurez. Llegan los momentos de las dudas, de las primeras ocasiones, del amor. Con versos más largos es el momento de celebrar el amor, la vida y la poesía: Ella (Ella). El tú tiene destinatario, una pareja actual, del pasado, el insomnio… distintos interlocutores escuchan la voz del poeta.
La tercera parte comienza con un verso de Luis García Montero sobre los sueños que se corrompen. La conclusión y el futuro: “Mi herida se cierra / Nunca estuvo hecha de puntos suspensivos” (Herida). Después, la vida: Dos cincuenta, Lluvia. Lluvia, viento… tormentas, la cotidianidad de San Sebastián, su paisaje, aun viviendo en Valladolid. Un paisaje que puede ser asociado a la melancolía pero que en los versos de Etapas pueden significar la pureza de las calles limpias, el aire que viene del mar con una invitación.
El poeta sabe dosificar la respiración de cada poema, y la utilización del verso corto, algunos poemas largos, otros muy cortos, otros en prosa se justifica por el mensaje que contienen las palabras, por el momento que evoca. Aliento entrecortado, frases cortas, breves, sintagmas. En la primera parte predomina la dicción entrecortada, ritmo pausado, heredero de Karmelo Iribarren. Versos con oraciones simples, como piedras lanzadas en un estanque. El ritmo de la respiración vuelve a entrecortarse sobre todo en la tercera parte. A veces llega al aforismo, donde juega con el sentido del humor, bastante ironía. Juega con el tono de sentirse derrotado, aunque celebre el amor y la compañía que le salva. Antiguos amores, recuerdos que hacen replantearse el presente, hacer balance a mitad de la vida. El guerrero poeta Manuel González ha cambiado de campo de batalla.
Cierra un poema sobre escribir poemas. La poética aparece como modo de vida y de conocimiento, pero no abundan versos sobre la poesía, no hay casi metapoesía, salvo quizás, el último poema que es como un continuaráde esta especie de pronto inventario, de balance vital que se abre a lo que la vida nos quiera ofrecer.


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