martes, 3 de enero de 2017

Compre felicidad



Sinceramente, creo que la felicidad está sobrevalorada. O por lo menos tiene un precio altísimo. No suelo estar pendiente de los cachivaches que te hacen la vida más cómoda, pero ahora no tengo manera de escaparme. Si dejo de ver la televisión, me asaltan los anuncios incrustados en la web. Si ojeo una revista, hay más páginas dedicadas a promociones que a artículos. No hay forma de huida posible.
Y así me entero de que para tener un aspecto envidiable tengo una serie de opciones de afeitado, rasurado o con milímetros exactos de barba de tres días. Que para comer sano puedo contar con un dispositivo que corta, brilla y da esplendor. La casa, mejor, la mansión, estará siempre impecable con un robot, una especie de cucaracha gigante que se maneja con el móvil. Tratamientos estéticos para gustarte tú y reconquistar a tu pareja. Todos los escalones de la pirámide de Maslow que describe las necesidades humanas tienen su correspondencia en los objetos y servicios anunciados en estas fechas. La comida, la bebida, la casa en un portal inmobiliario, las amistades que se celebran con cerveza… Desde las más básicas hasta la autorrealización, la cúspide de la pirámide. El punto más alto es ser como el protagonista masculino de los anuncios de perfumes, donde las mujeres te admiran y los hombres te envidian.
Lo peor de todo es que hay una exigencia, una urgencia terrible para conseguir esta felicidad propia y la de los tuyos. Más aún, es ahora el momento de conseguir la felicidad de todo ser humano. Son las fiestas del compromiso social, donde dan más pena las causas humanitarias. El solsticio de invierno es lo que tiene.
La celebración de la Navidad trae consigo la reunión de las familias y el encaje de bolillos para poder estar en todos sitios y no faltar a ninguno. Las cenas de trabajo, la de los amigos, las de tus padres, las de tus suegros… Salir en las fechas señaladas y pasártelo bien. Es obligatorio en Nochevieja pasártelo bien. Hay empresas que se especializan en cotillones, en servirte empaquetada la felicidad. Sólo tienes que comprar la entrada y ya tienes la cena, la música, y el ambiente para disfrutar de manera orgiástica. Si te quedas en casa, no tienes excusa, las distintas televisiones se esmeran en ofrecerte programas animados donde disfrutar viendo buenos artistas y solventes coreografías de bailarines y bailarinas por las que el abuelete puede babear de ilusión.
No sólo de nochevieja vive la felicidad. También están los carnavales y las ferias, las fiestas de los pueblos y los cumpleaños. Son momentos específicos para estar contentos. De manera obligatoria. Y si no lo haces es porque tienes un problema.
De todas formas, no hay que preocuparse, también hay solución. Si el problema eres tú, hay toda una sección en las librerías para aprender a ser feliz. Legiones de psicólogos, psiquiatras y expertos en coaching personal te enseñarán cuáles son los fallos en tu personalidad y en tu actitud que te privan de ese derecho natural que es la búsqueda de la felicidad.
Los momentos de crisis no son un obstáculo, son oportunidades para replantearse la vida, para analizarse y tomar decisiones sobre uno mismo con la misma convicción que un experto en recursos humanos gestiona una gran multinacional. Todo un entrenamiento en fortalezas y debilidades, oportunidades y desafíos. Uno es el gestor de uno mismo. Hasta tal punto llega el cuidado de sí. No sólo hay que buscarse una manera de ganarse la vida, hay que disfrutar de cada momento, plantearse una continua reinvención, todo un detallado plan de I+D+I personal. Cambiar de trabajo es lo deseable, llevar una vida con lo más simple es más sano que una tabla como cama. Es nuestra obligación, nuestra santa devoción, nuestro compromiso con nosotros mismos y las generaciones venideras.
Ser felices es muy caro. Si echamos cuenta de lo material, según los precios en los catálogos de todos los aparatitos y comodidades anunciadas, tendremos que gastar una vida entera en acumular cash. Pero no sólo son cosas materiales, tangibles o intangibles, viajes y ropa, joyas y experiencias, también hay que entrenarse uno mismo en esos cursillos exprés que no siempre pagan las empresas. Esos en los que un experto, mediante una pantalla digital, o una pizarra Vileda y mucha dinámica de grupo, te hace quererte a ti mismo, respetar a los demás y considerar cada obstáculo de la vida una oportunidad de enriquecerte espiritualmente.
Afortunadamente ya han pasado los tiempos en los que podíamos dejar la felicidad para la vida eterna y sufrir tranquilamente en esta. Los tiempos modernos nos ofrecen la posibilidad de ser felices aquí y ahora. No dejarlo para mañana. Más que una opción, es una responsabilidad. Y de las caras. Que dan ganas de volver al valle de lágrimas y perder el estrés de tener que ser felices por obligación. O, por lo menos, confiemos que exista la reencarnación para poder centrarnos en el capital durante una vida y para vivir felices conforme a los cánones en la segunda.

2 comentarios:

  1. Siempre hay que hacer un alto y pararse a pensar. ¡Cuánta razón tienes! A veces no nos damos cuenta del bombardeo constante de exigencias que sufrimos a diario. Estoy muy contenta de no tener ya la obligación de ser feliz.
    Eso sí: lo de la especie de cucaracha que recoge los pelos del perro me sigue flipando, a ver si en una de estas reencarnaciones no me duele la barriga de gastar el pastón que vale y me hago con una. jajajajajjaja

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  2. Jajaja.. De todas formas una cosa es la exigencia de la felicidad y otra muy distinta desear a los demás que lo sean. Pues eso, feliz año, Esperanza, para ti y para los tuyos. Un abrazo

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