lunes, 14 de noviembre de 2016

Cyborgs emocionales



Resulta, en cierta manera, pasmoso la manera en la que nos estamos acostumbrado a manejarnos con los sentimientos a través de las redes sociales. Una tecnología relativamente reciente, y que, además, se va renovando cada poco tiempo. Hablar del messenger es como hablar de encender la cocina con leña. Lo más difícil, a priori, es conjugar nuestro creciente analfabetismo con el uso de tecnologías que utilizan la palabra escrita. Las estadísticas dicen que los españoles leen cada vez menos, la experiencia docente es desoladora en este sentido. Un vocabulario más que reducido, ausencia de signos de puntuación y, lo más preocupando, una comprensión lectora que en la mayoría de los alumnos raya en el surrealismo
            Pero el caso es que nos vamos acostumbrando a mandar mensajes por guasap para dar información y para asuntos con alto contenido afectivo. Se tontea por las redes, se expresa preocupación por la tardanza, se comprueba que el amor sigue existiendo
            Quizás lo más importante es cómo el contacto por el mero contacto se convierte en algo valioso. En la edad media de las tecnologías de la información, la llegada de los móviles y sus desorbitadas tarifas significaba estatus sólo por su mero uso. Eran las conversaciones de nuevo rico que comenzaban, ¿a qué no sabes desde dónde te estoy llamando? El contenido informativo de la llamada era irrelevante, se trataba únicamente de constatar que no se encontraba uno en casa y que tenía la cobertura y la tarifa suficiente como para desperdiciar desde un sitio insólito la factura del teléfono. Esa función testimonial se ha sofisticado algo y la mantienen los selfies con paisaje al fondo, esa subespecie de fotografía turística en la que el estar ahí importa más que el ahí.
            En aquella época pretérita aparecieron las llamadas perdidas, los toques, que era una costumbre, mucho más económica, de hacer notar a tu interlocutor que seguía existiendo la relación. Dejando aparte los rácanos y ciertas compañías de nueve cero algo, que hacían un llama/cuelga para forzar la llamada del receptor y así lograr que fueran ellos los que pagasen, la llamada perdida es un ejemplo muy evidente de esa necesidad de proxemia que Michel Maffesoli –felicidades en su cumpleaños– había advertido en las sociedades neotribales.
            La necesidad de explicitar ese estar juntos la vivimos y la sufrimos en los correos de memes, presentaciones de power points con música chill out y en los grupos de WhatsApp, los chistes y las ocurrencias que abultan nuestro tráfico de datos y saturan la memoria de los móviles. Que no te incluyan en estas cadenas de vínculos virtuales es sinónimo absoluto de que estás fuera del grupo real. Incluso podemos decir que tienen tanta validez, al menos emocionalmente hablando, estar incluidos en las redes virtuales como las reales.
            Hay un fenómeno del que los usuarios de Facebook se quejan a menudo. Es el de ser incluidos en grupos sin pedir permiso. Aterradores grupos donde se reenvían y comparten multitud de fotografías, datos irrelevantes, convocatorias o noticias sin prácticamente relación ninguna. ¿Qué pretenden esos usuarios adictos a la formación de grupos? Quizás estén intentando engrosar su cuenta de followers, pero también es posible que necesiten el seguimiento como Energía Emocional. El término es del sociólogo Randall Collins y hace referencia a ese subidón que sentimos en muchas ocasiones cuando nos motivan positivamente o nos indignan.
            Las redes están agrupadas por grupos de intereses comunes, y también por grupos de indignaciones comunes. Los famosos trolls o haters, aquellos usuarios que se dedican a crear malestar entre los otros son también, tristemente, un reflejo de este uso emocional de los recursos virtuales. Personas que se toman su tiempo –otros son pagados– para expresar que tal entrevistada es patética, que no pierden ocasión de insultar y ridiculizar a quien se ponga por delante.
            Estas prácticas, no debemos olvidar, son efectivas si nos las creemos. Un poco como los insultos (de nuevo Randall Collins), que sólo nos duelen si nos los tomamos en serio. Aquel que piense que a base de me gusta se cimenta una amistad está un poco desubicado, pero es cierto que una amistad sin me gusta es menos amistad.
            Para mí resulta fascinante la creación de protocolos de buena vecindad, de urbanidad en las redes, las formas de comportamiento aceptables y las no aceptables. La pena es que nos centremos sólo en la capacidad para hacer el mal, el chismorreo malintencionado, el cyberbulling, la suplantación de personalidad y todas esas cosas de las que nos advierte la Unidad de Delitos Informáticos de la Policía Nacional.
            Es curioso que todavía no hayan traspasado al imaginario afectivo estas nuevas formas de relación. Sí que han dado el salto al humor, numerosos monólogos reflexionan sobre la irrupción del WhatsApp en las parejas, ponen en evidencia mediante la carcajada del me-río-porque-es-verdad que nuestros modos de comportamiento y nuestros modos de sentimiento se han visto trastocados por los pequeños inventos que caben en nuestros bolsillos.
            Una palabra amable, un guiño, un ladeo de cabeza al cruzarnos transmiten esa complicidad que nos reconforta por las mañanas, nos da la impresión de que vivimos en un espacio habitable, mientras que un gruñido, un cruzarse de acera, una mala palabra, un gesto hosco nos devuelve a un pequeño infierno helado, inhóspito y sin posibilidad de redención. Lo maravilloso de este principio de milenio es que rápidamente vamos incorporando a nuestra sensibilidad no sólo el calor físico de un abrazo, sino que extendemos nuestra red neuronal a través de la web y sentimos a través de emoticonos, la dulce sensación de tener nuestro lugar en el mundo. Cyborgs emocionales que reciben energía a través de las redes, aunque estemos a cientos de kilómetros, aunque uno te desee felicidades a las tres de la mañana y tú no lo leas hasta las siete de la tarde.
            Pues, por eso mismo, gracias a todos por vuestras felicitaciones virtuales.

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