lunes, 15 de agosto de 2016

Lo políticamente incorrecto (y dos…)



Decíamos que lo políticamente correcto es como la buena educación, algo que deseamos obtener del trato de los demás y que, cuando nos lo demandan, tendemos a sentirnos indignados. No solemos advertir el daño que podemos infringir. Y no es porque seamos especialmente insensibles, al contrario, nos sabemos buenas personas y asumimos que esas pequeñas bromas, esos descuidos en el habla, esa falta de tacto es peccata minuta, una especie de licencia que, si ofende a alguien es más por hipersensibilidad del afectado que por voluntad del afectador.
Como la buena educación, lo políticamente correcto tiene sus momentos y sus escenarios. No es lo mismo un chiste de mal gusto contado entre colegas en la intimidad de un salón particular que las declaraciones de un alcalde al salir a una rueda de prensa. Es también cuestión de tacto. Suspender u operarse no son expresiones ofensivas per se, pero nos cuidamos de hacer chistecitos de suspensos o de cirugía si alguien presente está pasando por esas trances.
Situaciones que normalmente son comunes pueden verse alteradas en instantes concretos. Podemos pasear tranquilamente por una avenida el lunes y encontrarnos una manifestación el jueves. Nos fastidia la ocurrencia de los organizadores de trazar el recorrido de la protesta precisamente por donde queríamos dar una vueltecita, pero se comprende que si no hay incomodidad para el inocente poco valen las manifestaciones. (Aunque ay de quien tenga su morada en el itinerario de un manifestódromo.) Así, lo políticamente correcto puede verse alterado por exabruptos, más o menos justificados.
¿Debe la justicia entrar en lo políticamente incorrecto? La respuesta, creo, es, como siempre, depende. Pero decir depende no es consentir arbitrariedad, al contrario, se trataría de fijar unos criterios para evitar bochornos de ver en juicio a quienes hacen un chiste obsceno mientras declaraciones de políticos en ejercicio se amparan en la libertad de expresión. Personalmente creo que, por mucho que sea recomendable la buena educación en el discurso –lo políticamente correcto–, se debe tolerar lo más posible la libertad de expresión. Que socialmente reciba reprobación, a mi entender, es más efectivo, a largo plazo, que la judicialización de las redes sociales, sean virtuales o presenciales. Menos denuncias en manos de abogados y más rechazo con gestos ante un chiste machista o uno de chinos.
Que también habría que preguntarse por la manía de ser políticamente incorrecto, como todos esos dibujos animados que insisten e insisten en molestar a las minorías y las mayorías. Actúan como niños gamberros y malcriados que no saben dónde está el límite y que pretenden epatar siempre de la misma forma: chistes de pederastas, múltiples tópicos de judíos, mexicanos, orientales o rusos, visiones de la homosexualidad como una perversión, discriminación, mercantilización y violencia contra las mujeres –que no son una minoría, son la mitad de la población–. Son los malotes de la clase, los que no se someten a la moda imperante, los que mantienen su independencia y su personalidad frente a la tiranía de lo políticamente adecuado. Son los frescos que no se esconden bajo la hipocresía de la masa. Son prácticamente héroes.
Héroes que perpetúan en horario prime time los peores tics cotidianos. Se hacen pasar por muy vanguardistas y acaban por ser más que tradicionales, se hacen tan radicales por un lado que terminan en el opuesto, repitiendo las consignas que hace un siglo eran el sentido común. Se creen fuera del rebaño porque no siguen el camino marcado, porque no aceptan las reglas, pero precisamente continúan las mismas reglas de siempre, las peores. Se creen sinceros y espontáneos porque no corean consignas “políticamente correctas”. Su espontaneidad es un arcaico discurso aprendido.
El humorista debe transgredir, es su misión, forma parte de su oficio, en eso está parte de su gracia, sacar de contexto, hacer explícitos los comportamientos que hacemos inconscientes, arrancar la carcajada y el asentimiento del “me río porque es verdad”. Todo es síntoma, dicen, de inteligencia. Ahora bien, habría que tener cuidado a la hora de ser irónicos, porque puede parecer que defendemos lo que denunciamos. Y muchos de estos chistes, ocurrencias, gags, acaban por formar parte del acervo y el repertorio de los que se mantienen en sus prejuicios.
El humor puede y debe tener cualquier objetivo, desde el más alto al más bajo, del humorista hasta el público, puede buscar la complicidad o puede hacer sentir incómodo. Prácticamente todo puede ser objeto de broma, pero, como siempre, depende del momento y la situación. El humor negro, ese que linda con el mal gusto, está siempre a punto de herir y debe usarse con cuidado. Chaplin nos mostró que burlarse del III Reich podía ser tan efectivo ideológicamente como la condena de sus palabras con el tono más serio. Quizás sean graciosos algunos chistes sobre las Torres Gemelas, pero dudo mucho que deban contarse en la Zona Cero.
En líneas generales, siempre estará más justificado el humor contra el poderoso que contra el débil. El primero tiene muchos más recursos para defenderse, puede llegar a ser peligroso. Mientras que al desamparado le llueven críticas y desprecios. Es fácil atacarlo, no tiene una legión de abogados para demandar a ningún humorista. Y si no, pongan un poco de atención en los programas de humor de la televisión o en los semanarios satíricos. Cuando se toca materia sensible se ha cambiado hasta la ley. Y, por supuesto, ninguno ataca a las marcas comerciales, no hay que morder la mano que te da de comer.
La sensatez no puede asumirse como una cualidad bien repartida y, como ya hemos visto en los casos de blasfemia, no se puede dejar a una parte que delimite en exclusiva los límites de la libertad de expresión. Porque no es lo mismo la educación en el habla y el intento consciente de ser políticamente respetuoso con la obligación de hablar con un vocabulario marcado. Más aún si se hace desde el poder. La censura es muy peligrosa. Aun así, no es lo mismo reírte con chistes procaces que desnudarse y hacer el amor en la plaza, por mucho que apetezca con esta calor.


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