lunes, 8 de febrero de 2016

Iconoclastas




“Esto está precioso, precioso”, decía con desaprobación mi suegro cuando quería calificar algo de dudosa moralidad. Lo bueno es bello. En el siglo de la imagen que ahora comienza hay pocos pecados tan interesantes como ser iconoclasta. Casi al mismo nivel que el secreto en el mundo de la comunicación global. La política se está convirtiendo en una decisión estética, la indignación también.

Como ya nos advirtió Foucault en Las palabras y las cosas, no somos capaces de ver si no comprendemos antes, más que conocer, reconocemos. León Molina lo resume en un aforismo: “Si no lo creo, no lo veo”. Es por tanto esencial dilucidar las categorías, aclarar los conceptos que usamos para aclararnos nosotros mismos y poder dialogar con los demás. La conceptualización no sólo es teórica, logocéntrica, también incluye una dosis importante de iconicidad. La imagen es, por supuesto, un concepto, pensamos a través de imágenes que se ajustan a unos modelos. Si vemos a alguien con rastas, tenderemos a situarlo en el concepto de peligroso, o, al menos, porrero, vago e irresponsable.

Tenemos imágenes de santos e imágenes del pecado, del convencional y del rebelde. Es curioso que tengamos también codificadas las perversiones. Por eso los delincuentes se visten de chaqueta en los aeropuertos, en lugar de ir de quinquis. Los dibujos animados, las viñetas humorísticas suponen el ejemplo perfecto para lo que intento explicar. El avaro, el salido, la modosita… son estereotipos fácilmente reconocibles con unos pocos rasgos dibujados.

La escena política es cada vez más, precisamente una escena. No sólo porque se trate de un plató para la televisión que se retrasmite para consumo masivo, es una escena porque se basa en gestos. Los reyes medievales eran representados con barba blanca para aclarar la sabiduría que dan los años, aunque no fueran más que adolescentes. La escenografía barroca del poder absoluto es quizás el culmen del gran teatro del mundo, en el que Gracián se movía con astucia y prudencia y que sacaba de quicio a Descartes. El Antiguo Régimen sucumbió con nuevas imágenes, como la poderosa guillotina, según Alejo Carpentier en El siglo de las Luces. El romanticismo consagró al outsider como icono frente al burgués convencional. Un ejemplo que retomaron los hippies en el lado más amable y el post-punk gótico por el existencial.

La televisión introdujo un locus privilegiado para la lucha por la imagen de una manera revolucionaria, como las redes sociales en el siglo XXI. No se puede escapar a la dictadura de la imagen. El fascismo fue el primer movimiento de masas que fue consciente, como lo denunció W. Benjamin, pero las democracias necesitan también cuidar las imágenes en la política. Los políticos representan a los ciudadanos, en cualquiera de las acepciones del término. Aquellos deben comportarse como éstos y actuar como si fueran los ciudadanos quienes decidieran en el hemiciclo. Por eso cuidan la representación como una obra teatral donde dejan clara mediante su imagen la postura política. La mujer del César no sólo debe ser buena, también debe parecerlo.

Rancière ha dedicado grandes páginas a la necesidad de ser consciente de esta exigencia y del deber de resistir las tendencias hacia la estetización de la política.

En la arena política los gestos son fundamentales. Desde el apretón de manos hasta la vestimenta. El uso de tacones o la falta de corbata. Lo que llama la atención es la extrema codificación que en este principio de siglo comprobamos frente a la difuminación propia desde los años 60. Parecía que el informalismo se estaba imponiendo cuando, casi sin darnos cuenta, se fosilizan los gestos, a favor y en contra. De vez en cuando se descolocan, como sucedió a partir del 15M, cuando surgieron nuevas escenificaciones. Nuevas que no son tan nuevas, la plaza pública es el lugar original de la política. Nuevas porque se había trasladado el espacio de lo público hacia el parlamento y la televisión. Aprisa y corriendo salieron nuevas codificaciones. Mi preferida, la de perroflauta.

La nueva formación de las Cortes nos ha brindado tantos gestos que estamos abrumados. En realidad no las calificamos según códigos icónicos, casi en exclusiva, las clasificamos en buenas o malas, apropiadas o fuera de lugar dependiendo de si estamos a favor o en contra de los políticos que las realizan. La hipocresía como forma de posicionamiento político.

Atrás han quedado los tiempos en los que éramos iconoclastas, votábamos a barbudos melenudos, desechábamos los modelos para alcanzar otros, de los que volvíamos a renegar cuando se convertían en norma. Se renovaban los iconos de la música pop, de la música clásica. Nos burlábamos de los convencionalismos estéticos –y no estéticos-. Jugábamos a representar a los Cristos con las vanguardias artísticas. Destrozábamos las imágenes de los cuentos actualizando a Caperucita. Hasta atacábamos al carnaval que se había fosilizado.

Los programas gamberros para los niños se han convertido en directamente pervertidos y violentos. De la bruja Avería de La Bola de Cristal a Peter Griffin de Padre de Familia. Legiones de padres que protestan por Peppa Pig porque no ofrece, según ellos, la imagen adecuada de los progenitores varones.

Llegamos al paroxismo absurdo cuando somos incapaces de contextualizar las imágenes, y sólo ver una pancarta en un espectáculo infantil se convierte en un enaltecimiento del terrorismo. Ni siquiera es necesario indagar más en cómo se realizaba la obra y en qué sentido. Si sacar un Gora Eta en una obra de títeres es terrorismo, habría que prohibir todas las imágenes de las películas de nazis, desde la Lista de Schindler hasta Sonrisas y lágrimas, no digamos El gran dictador.

Y no digamos de atacar las imágenes religiosas. Los ataques a la iconografía católica (el cristo frito de J. Krahe, los apóstoles gay...) son contestados desde la indignación reclamando el derecho a las creencias religiosas.  Las caricaturas de Mahoma ofrecen la excusa perfecta para justificar la lucha contra el infiel tras oleadas de manifestaciones violentísimas. Lo políticamente correcto desarticula cualquier burla, cualquier sátira, cualquier blasfemia. Todo es sagrado, todo respetable, todo debe ser aséptico. Y el gran Antonio Machado diciendo que la fe viva es la de un pueblo que blasfemia.

El derecho a una imagen va más allá del derecho a la intimidad o al honor. Ya no es cuestión de evitar que se hagan públicas las imágenes que no debieron salir nunca de lo privado, se llega a protestar por las llamadas "pena del banquillo", o "pena del telediario", como si atentaran contra el honor cosas que son ciertas y verdaderas: doña fulanita está siendo juzgada o don fulanito ha sido detenido.

Ahora nos hemos convertido en convencionales, no por haber envejecido (que no madurado), sino porque hemos abrazado las imágenes con la fe del converso. Si uno es un político serio, con corbata. Si uno es antisistema, con rastas. Si una mujer, sin niños en el trabajo, que eso es la liberación femenina. Si uno es cristiano, a sacar procesiones.

Los blogs dejaron paso a Facebook, reduciendo el promedio de palabras de una entrada. De Facebook se pasó a Twitter, que condensa al máximo la expresión. Ahora triunfa Instagram, donde no hacen falta ni palabras escritas. Y es que ya sabemos que una imagen vale más que mil palabras. Si no lo veo, no lo creo. La iconoclasia ha muerto, ¡vivan las imágenes!

2 comentarios:

  1. Un mas que magnífico artículo, en el que me lleva a reflexionar sobre los límites de la intimidad que han roto, definitivamente, las redes sociales, en las que para muchos muchísimos aparecer semidesnudos, en situaciones íntimas, en actividades que nadie tiene por qué saber ni compartir se ha convertido en el pan nuestro de cada día (perdón, si con la expresión religiosa, ofendo a alguien, así están las cosas). Pero nada mas cierto que las nuevas tecnologías nos están llevando a la globalización no solo del individuo, sino a que su pensamiento lo sea interpretado de una forma global, y no teniendo en cuenta el hecho que puede ser objeto de discusión. Y por cierto, lo de los títeres es otra historia, de la que la Sra. Carmena ha hecho ya su calificación como "deleznable, violenta e inadecuada, y una agresión a la sensibilidad del público". Palabras textuales escuchadas por mí, directamente. Pero ya saldrá quien escriba o interprete la historia de otra forma, porque por interpretaciones tantas como pensamientos, multicolores, válidos, y por ende, muchos, del todo equivocados. Eso es vivir en una sociedad multiplural (un término que no termino de entender, pues va todavía mas allá de la pluralidad). Un abrazo, amigo.

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  2. Gracias, Rosa. Se han transformado nuestras costumbres ante la cámara y ante el cuerpo, y eso está afectando a nuestra manera de pensar. Si te digo la verdad, creo que Carmena no está actuando correctamente. Imagino que estará harta de que le crezcan los enanos y que le surjan problemas a partir de cuestiones nimias. Lo grave del asunto no es la pancarta, sino que se haya encarcelado como acto de censura cuando, como has podido ver, no hay nada que se pueda interpretar como apología del terrorismo. Que sea de mal gusto, o inapropiada para infantes estamos de acuerdo, pero nadie acaba en la cárcel por ello. Y ahí tenemos a Tele 5, que debe tener asignada ya una partida para multas por vulnerar la franja de protección infantil.

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