martes, 22 de septiembre de 2015

No soy español, español, español.



Hace muchos, muchos años, adolescente todavía, acostumbraba a leer las tiras cómicas de Mafalda. Gran parte de mi sentido del humor y de mi educación sentimental, que diría Luis García Montero, provienen de esa niña argentina. En una de sus ocurrencias pretendía presentar una redacción a base de preguntas: ¿aman los argentinos Argentina porque nacieron allí, los turcos a Turquía porque nacieron en Turquía o los javaneses a Java porque nacieron en Java? “Patriotismo y comodidad” la titularía.
A mí no me haría falta ninguna explicación más, pero el río anda revuelto estos días con las elecciones catalanas y precisamente se me ha adelantado Fernando Trueba. Tengo que confesar –este blog parece un confesionario- que yo tampoco me siento español. Ni catalán, por supuesto. Quizás tenga un defecto emocional, pero no me siento atado a ningún terruño. Acostumbrarme a caminar por mi pueblo, o por la Granada de mis tiempos de estudiante, o por la Sevilla de recién casados me trae recuerdos y los disfruto, pero eso no me hace identificarme con los colores, los olores y las formas.
Quizás sea un desagradecido, pero no creo que los lugares, por muchos recuerdos que me traigan, sean los responsables de nada. No estoy orgulloso de ser español. Tampoco avergonzado. Me siento más identificado con aspectos, imágenes, actitudes que poco entienden de fronteras. Estoy más cerca de algunas canciones de un canadiense afincado en los Estados Unidos como Neil Young que de las sevillanas que no se pueden bailar de Ecos del Rocío. ¿Debería sentirme culpable por no llevar en las venas el ritmo de la rumba?
Uno puede estar orgulloso de lo que hace o deja de hacer, pero no de una tradición en la que no ha tenido responsabilidad. Me sorprende cómo los partidarios acérrimos del individualismo se entusiasman con rituales ancestrales, con tradiciones, con costumbres comunitarias seculares. Cada uno es libre de hacer lo que le venga en gana, repetir incansablemente las acciones que generaciones anteriores han realizado, pero es llamativo que esa sensación de comunidad conviva sin problemas en mentes que rechazan hasta la propia noción de sociedad. No existen grupos sociales, sólo individuos, nos dicen, pero luego desfilan con mantilla porque así lo hicieron sus antepasados.
No creo que nadie seriamente crea que unas tierras, el agua de un manantial o el aire que se respira puedan variar el ADN de nadie y hacerlo más tolerante, más bailarín o más trabajador. Ni más risueño o austero. Somos las personas que vivimos y aprendemos unas de otras, nos imitamos y nos desencantamos. Y ahí tenemos responsabilidad de hacer o deshacer, continuar tirando papeles al suelo o comportarnos civilizadamente como en otras latitudes. Aprendimos el latín mejor que el inglés, y tarareamos canciones de los Beatles, disfrutamos de la pizza y de los rollitos de primavera, ¿por qué la paella va a ser mejor que el cus-cús? ¿Por qué el fino mejor que el champagne? ¿por qué rechazar Halloween y no celebrar todo lo celebrable?
Haber nacido en Rota, el mismo pueblo que vio nacer dos poetas de la talla de Ángel García López o Felipe Benítez Reyes no me hace escribir mejor, por mucho que me empeñara en copiarlos en mi adolescencia y juventud. Ser de la misma región que Picasso no he ha dado ninguna habilidad con el lápiz o los pinceles. ¿Por qué tengo que sentirme orgulloso por algo que yo no he llevado a cabo? Son sus méritos, no los míos. Y disfruto lo mismo de todos ellos como de T.S. Elliot, Sándor Márai, Stefan Zweig , Tagore, Turner, Rembrand y tantos otros aunque no hayan pisado más acá de los Pirineos.
No me siento responsable de las atrocidades de la Leyenda Negra, que, sinceramente, creo que son ciertas en gran medida. Tampoco creo que los demás países estuvieran mejor. Barbaridades las cometen todos los pueblos. Mi postura tiene más que ver con el universalismo de la raza humana que con el desapego a la sociedad. Debemos luchar por un mundo más justo, y las banderas, los himnos, las fronteras no hacen otra cosa que consolidar las desigualdades y la injusticia. Provocan que el pobre defienda al rico en su riqueza matando a pobres igual que él con la excusa del patriotismo.
No me siento responsable, repito, de algo sobre lo que no tengo control ni ha dependido de mí. Nací, o mejor, me nacieron en mi casa, frente a la estación. Si hubiera llegado un poco más al sur mi vida sería muy distinta. ¿Qué culpan tienen los habitantes de Somalia o de Haití de vivir en países más que pobres? Culpa tienen los que permiten, e incluso votan a gobiernos que mantienen esa injusticia. Los seres humanos no nacemos “de” un país, nacemos “en” un país, en un lugar que cambia de frontera, como el filósofo alemán Kant que nació en Rusia.
Las elecciones catalanas están movilizando el miedo de una manera vergonzante. Las mayores catástrofes vendrán si se independizan, repiten machaconamente los medios. Me recuerda un poco a los anatemas contra el divorcio. Además, me da la sensación de que si el referéndum se celebrara en todo el territorio estatal, muchísimos votarían que Cataluña saliera de España, si es posible soltando amarras como si fuera un iceberg a la deriva. Otros votarían para que se quedara simplemente para fastidiar. Pero, si mamá y papá ya no se quieren, ¿por qué seguir juntos?, ¿por qué sufrir? Echémosle un vistacito.
En el fondo me da igual, en este mundo globalizado todos estamos dirigidos por los mismos. Da igual ser cabeza de ratón o cola de león. Ojo, hablo a nivel de los discursos, porque el movimiento independentista tanto como el nacionalismo español están movilizados por causas mucho más serias que una bandera o un himno. Hay mucho en juego y mucho que tapar. Los eslóganes del tipo “España nos roba” ocultan mucho. No olvidemos que los impuestos los pagamos individualmente, no por regiones.
Vivo en España, voto en España, consumo y pago impuestos en España. No tengo problema con eso. En algún sitio hay que vivir. Igualmente habría que pasar una temporadita por tierras extrañas para añorar esta tierra. Me lo apuntaré. Pero mientras tanto me parece algo ridículo sentirse inflamado de emoción porque la selección española de baloncesto haya ganado un torneo.
Las palabras de Fernando Trueba han despertado mucho revuelo y se le exige que devuelva las subvenciones y las ayudas. Debo estar un poco lento, pero no entiendo por qué. A Sergio Scariolo, que ha dirigido fantásticamente la selección de Pau Gassol, no se le exige una adhesión inquebrantable a la bandera rojigualda.

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