lunes, 2 de marzo de 2015

(Des) dramatizaciones

En las últimas semanas he recibido como profesor de un centro de secundaria varias comunicaciones referentes a los exámenes. Un tutor me pide que no los ponga a última hora porque los chicos se ponen muy nerviosos. Se ha dado un caso de un alumno de 2º de ESO que sufrió un ataque de ansiedad. En otra conversación, un compañero me pedía también que no colocara los exámenes después de su clase porque no se concentraban los chicos. Por supuesto hay que evitar que los alumnos tengan dos exámenes el mismo día. Los lunes no es buen día para ponerlos porque no estudian durante el fin de semana. Teniendo en cuenta que las clases son las que son en secundaria y que los caprichos del horario pueden hacerte imposible cualquier cambio me pregunto dónde poner con los exámenes.
Quizás alguien pueda pensar que soy una especie de ogro malvado con pruebas dignas del propio Hércules. En general no, tengo una tasa de aprobados relativamente alta, no suelo dejar para septiembre muchos más alumnos que los que tiran la toalla. Quizás sea cuestión de gustos. Pero se da el caso de que también soy padre. Mi hijo pequeño está todavía en primaria, el año que viene dará el gran salto y él sí tiene varios exámenes seguidos, a primera hora, a última, avisando y sin avisar. Con un nivel no demasiado diferente al de los primeros cursos de secundaria.
Esta consideración –que va pareja al hecho de que parece que no se aprende más con los años, sino que se desaprende–, viene al caso de que no sólo son alumnos de bachillerato, presionados por la selectividad y por la nota. Desde el minuto uno de la secundaria ya detecto alumnos y sobre todo alumnas con ansiedad sobre los exámenes. Creo que doce o trece años es demasiado pronto para tener ansiedad ante una prueba. Es normal tenerla en una oposición, en una prueba decisiva, como el acceso al conservatorio o la universidad, al carné de conducir... pero en un curso en el que los exámenes son cada poco tiempo, que además pierden cada vez más peso ante otras anotaciones en el cuaderno del profesor –las dichosas competencias básicas–, que, en fin, con esto de la evaluación continua acabo teniendo dieciséis notas por alumno, creo que la ansiedad es demasiada.
¿De dónde viene esa ansiedad a esos alumnos? Porque a algunos hay que decirles so y a otros arre, permítaseme la expresión. La mayor parte de los problemas vienen de aquellos que no les interesa lo más mínimo ni aprender, ni atender, ni aprobar. Ni a ellos ni a sus padres. Son inmunes como Bartleby el escribiente. ¿Qué es lo que hace que en ciertos casos llegue el estrés tan profundamente a estos todavía tiernos infantes?
Tengo compañeros que sospechan que la presión viene de casa. Y sé seguro que hay un componente genético en ciertos nerviosismos. Como diría Juan de Mairena, para evaluar al niño me basta con evaluar al padre. Pero creo que hay algo más, y en eso tenemos la culpa los mayores.
Sobreprotección es la palabra que busco. El sufrimiento es algo normal en la vida, pero tampoco es cuestión de buscarlo de manera intencionada. Los malos ascetas se preparan para sufrir a base de sufrimiento buscado. Creo que la vida ya se encarga de que vayamos sufriendo, no hay que esforzarse en ello. Más aún, hay penalidades fácilmente prescindibles, demasiado sufrimiento y pesar sin motivo. La historia de la humanidad es una continua lucha contra el sufrimiento, del frío, del hambre, de la enfermedad... mientras que por otra parte se empeña en buscar complicaciones, retos, envidias y maldades. ¿Cómo no empeñarse en evitar ese dolor? Tenemos que acostumbrarnos a cierto tipo de sufrimiento, de penalidades, de carencias porque la realidad nos impide realizar de inmediato nuestros deseos.
¿Debemos tomar una actitud de entrenamiento hacia esas penalidades y ponernos retos como un faquir para que no nos afecten? No lo creo. Son muy interesantes a este respecto algunas películas que cuentan la formación de un discípulo bajo la brújula de un maestro. Incomprensible en sus mandatos pero acertado en sus resultados. Más que en películas de escuela estoy pensando en Karate Kid. El maestro Miyagi no ahorra sufrimiento al joven Danielsan. Más bien parece lo contrario, que lo hace sufrir a caso hecho. Pero luego nos asombramos de que esos movimientos irracionales, esas tareas repetitivas y monótonas son la base de su formación como karateka. Dar cera, pulir cera.
¿Qué modelo debemos seguir? Seguir la corriente de un hedonismo que busque la buena vida, eliminar el estrés, acabar con la ansiedad en un mundo tan competitivo como frustrante, con tantas maldades de la gente como de los sistemas y de la realidad parece la actitud más sensata. La vida es corta y luchar no siempre te lleva a la felicidad. Hay que aprender a vivir con menos, a tener aspiraciones realistas y no empeñarte en la carrera hacia el dinero, el estatus y la fama.
Sin embargo, evitar el sufrimiento nos lleva a personas débiles, incapaces de aceptar la frustración de no alcanzar inmediatamente los deseos. Lleva a alumnos protestones (que no contestatarios) que sólo piden exámenes fáciles, eliminar materia y notas muy altas. No se les puede culpar, es un mundo muy competitivo y necesitan muchísimos puntos en la selectividad. Pero ellos y sus padres están más por la labor de poner notas altas en lugar de aprender a sacarlas. A partir de ahí se cuestiona la enseñanza y el valor de los contenidos. El carácter se corroe y luego no tendrán un oficio donde se pueda forjar mediante un trabajo. Serán ciudadanos débiles, frustrados y descontentos, incapaces de lograr ningún objetivo que suponga posponer la recompensa.
¿Dónde está el equilibrio? Si nos pasamos por un lado creamos fábricas de infelicidad y si nos pasamos por el otro tenemos la debilidad que nos lleva a la infelicidad también. Es normal sufrir y acostumbrarse poco a poco. Irracional es hacer sufrir como fundamento de la salvación tanto como evitar una penalidad que va a llegar sin duda. Serrat se dio cuenta con los locos bajitos: Nada ni nadie puede evitar que sufran. Y además, sufrimos por ellos.

2 comentarios:

  1. Creo que s tan inevitable sufrir por los exámenes como para otros pasárselos por el forro.

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    1. Hay extremos muy claros, personas que nunca se preocupan ni sufren por nada. Inmunes a cualquier premio o castigo. Me entristece muchísimo encontrarme a gente así. Pero ver el sufrimiento inútil también es devastador. Y ser el causante de ese dolor también se me hace duro. Quizás sea todo cuestión de hacerse fuerte, como dicen por ahí, lo que no te mata, te da más puntos.

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