domingo, 13 de julio de 2014

Superpoblación



Seguramente sería estudiando geografía en el instituto con el malogrado Jesús Aguado cuando tuve conciencia de la superpoblación. Según Malthus, la población crece mucho más rápidamente que los recursos, así que llega un momento en que la miseria es inevitable. Sería también por aquella época cuando leía a Mafalda –me la aprendía de memoria con más interés que aquel horrible libro de texto—. Tenía un chiste en el que, leyendo una noticia sobre la superpoblación, preguntaba asustada si venía la lista de los que sobraban.
Esa es la cuestión clave de la superpoblación, poner el acento en que hay gente que sobra. Hay demasiada gente. ¿Cómo resolver el problema? Lo lógico sería eliminar población de manera sensata, es decir, que sean los más desfavorecidos los que desaparezcan. Que limiten su prole porque ellos no tienen cómo alimentarla y cuidarla; de otro modo la propia naturaleza lo arreglaría por las malas: guerras, epidemias, hambrunas… Teniendo en cuenta el aprecio que me tengo a mí mismo, tengo la impresión de que soy yo de los que sobran.
El mismo razonamiento vale para la crisis de los años 30, la que siguió al crack de 1929. Era una crisis de superproducción. Pero me pregunto, ¿cómo había exceso de producción y millones de personas sin acceso a bienes básicos? Muchos economistas hablaron de subconsumo.
¿Realmente sobra gente? No, rotundamente no. Si en lugar de hablar de superpoblación planteáramos la cuestión como de un reparto desigual de los recursos, la cosa cambia muchísimo. Nadie sobra y mucho menos nadie tiene derecho a decirle a nadie cuántos hijos debe tener. Si quienes controlan los recursos tuvieran limitadas sus ganancias los desfavorecidos no tendrían tan limitadas sus posibilidades. Pero es curioso cómo se puede obligar a millones de personas a reducir su sueldo a la mitad y no se puede plantar un gobierno ante las multinacionales o los fondos de inversión para que paguen un 10% más de impuestos.
Esta semana me sublevaba cómo los medios están empeñados en la consigna de desincentivar los estudios superiores. Hay demasiados universitarios y los puestos de trabajo están ocupados por gente con mucha más formación que la necesaria. Hay sobrecualificación. En principio no acierto a ver un problema económico para las empresas en la sobrecualificación. Es una putada para el que trabaja, que se ha currado una formación. Es frustrante no trabajar de lo tuyo, pero cumpliendo tu trabajo, la empresa va bien.
Parte del problema está en el tipo de estructura económica que están pensando para este país. España se está convirtiendo en un país de camareros, de los de bares y de los de hoteles, de animadores de resorts y guías turísticos. Quizás sea por eso por lo que insisten tanto en aprender idiomas. Está claro que para ese viaje no hacen falta abogados, ingenieros, investigadores, historiadores, sociólogos, médicos, enfermeros… como mucho socorristas y paramédicos.
No es cierto que sobren médicos o aparejadores, hacen falta incluso abogados. Lo que no hay es voluntad política de contratarlos. Se cierran camas de hospital, se reducen plantillas de profesores, maestros, incluso de policía. Sólo aumentan las del ejército, normal, con la que va a caer tienen que estar preparados.

Como decía, el problema de la sobrecualificación es sencillo: que la gente no estudie carreras. Te dicen que son caras, que sólo se paga una parte del costo por alumno, que las matrículas deben subir más, que si la formación profesional ofrece unos módulos muy adecuados al mercado laboral… Pero el caso es que están cerrando módulos y pasándolos a la concertada. Mucha gente se va a quedar fuera.
La cuestión es ahora, ¿quién debe abstenerse de estudiar carreras? La respuesta del PP y similares: los que no puedan pagársela. Sus chiquillos no van a tener problemas, ni siquiera si no les da la nota de corte. Para eso están las universidades privadas.
La excepciones están sólo para los mejores estudiantes, que, como perdonando la vida, obtendrán una beca miserable conseguida y mantenida con el susto en el cuerpo, con miles de requisitos académicos y no académicos. El que consiga terminar la carrera con una beca será con notas soberbias. Debe ser también un ser excepcional, porque tendrá que combinar los estudios con trabajos esporádicos, los veranos sin pendientes para poder ganar un dinerillo. Y por supuesto, nada de academias para mejorar el inglés y tener el B1 ó B2 (que ahora te piden para terminar un grado o para irte de erasmus). La vida dedicada al estudio. Así podremos hablar de la cultura del esfuerzo y ponerlo de ejemplo de que si se vale, se consiguen las cosas
Al terminar tendrá que peregrinar al extranjero para conseguir currículum y experiencia. A la vuelta conseguirá un puesto de becario en las empresas que se arriesguen. Será todo beneficio. Vivir para la empresa, que prescindirá de sus servicios cuando menos se lo espere. Es que sobran licenciados, graduados, doctorados….
No caigamos en la trampa de hablar de sobrecualificación, de superproducción o de superpoblación. Son manipulaciones semánticas que permiten dejar caer que sobramos, que el mundo no es para nosotros. ¿Por qué no sobran titulados de buena familia? ¿Es que ellos no cuestan dinero al Estado? Cuando pagan su matrícula, ¿no les pagamos también el 80%? Como en las películas americanas donde para salvar al muchacho –como decíamos cuando era niño­— mueren diez o quince orientales y unos pocos transeúntes. El mundo es para ellos, nosotros pedimos humildemente permiso y somos prescindibles.
Hay dinero para los importantes, los que no van a la cárcel porque son indultados. Hay de sobra para los sobres. Y un aforado más o menos no importa. Para los demás no es que no haya, es que no debe haber, porque así damos esperanza, y propiciamos aprovechados de las ayudas sociales, de las becas, vivir del cuento.
Si realmente el mercado regulara estas cosas bien, la gente por sí misma declinaría unos estudios que no les sirven. Pero es todo un engaño y tienen que utilizar todos los resortes del Estado para obligar a la gente. Los autoproclamados adalides de la libertad se empeñan en obligar a la gente a no estudiar carreras, a decantarse por una formación mínima, a emigrar. ¿Quién te ha dicho a ti que quiero que decidas una carrera por mí?

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