domingo, 16 de febrero de 2014

Mr. Marshall y la reforma laboral




Por muy profundamente superficial que sea, me resultaría incómodo no reflexionar acerca de los acontecimientos que están sucediendo en el sitio de donde soy. Resido en Rota, una ciudad que parece vivir de dos cosas. El turismo y la Base Naval. Además está de actualidad a causa del escudo anti-misiles. Este mismo martes ha llegado el primer destructor. No olvidemos que el escudo anti-misiles no obedece a intereses españoles directamente; pertenece a la OTAN y está más cerca de defender a los Estados Unidos que a los propios implicados, que además estarán en el punto de mira en cualquier conflicto armado.

El pueblo anda revolucionado. Está a la espera de nuevos puestos de trabajo, aunque el comité laboral del personal civil español asegura que se han reducido dentro de la Base. La gran esperanza está en alquilar viviendas a las familias norteamericanas que vienen. Se habla de más de tres mil nuevos vecinos. Para promover las oportunidades dentro de la localidad, el ayuntamiento ha puesto en marcha una oficina, llamada Welcome to Rota. Comercios, taxis, hostelería esperan con ilusión, no la salvación de la crisis, pero sí, al menos, un alivio. Se organizan charlas para asesorar en el alquiler de casas, cursos de inglés para atender a la nueva demanda… Se calcula que se crearán unos mil puestos de trabajo en la zona.

Olvidarse de Bienvenido Mr. Marshall es muy difícil. En la película de Berlanga todo el pueblo se unía para dar a los americanos una recepción fantástica. Todos invertían su tiempo y dinero en acomodar la localidad a lo que se esperaba de un pueblecito español. A cambio, cada uno podía pedir un y solo un deseo a los americanos. Invertimos en mejoras en la casa confiando en tener un alquiler de mil doscientos, mil quinientos o dos mil euros.

Con la crisis que llevamos encima, ¿cómo negarse? Ni siquiera somos capaces de percibir peligro o desventaja de ningún tipo. Cada año se organizan marchas pacifistas en contra de la Base Naval y no suelen encontrar entre los roteños otra cosa que incomprensión. Es preferible no pensar en riesgos para la salud, ni en el peligro militar. Da puestos de trabajo y eso basta. Por supuesto no todos piensan así. Una pintada, de las pocas del pueblo con crítica social, sentencia: “Welcome to Rota, Give me pan and tell me tonto”. Sin embargo da la impresión de ser la tónica general.

No todo el mundo va a trabajar en la base, no todos tenemos casa que alquilar a los americanos, pero todos piensan que va a ser bueno para la economía del pueblo, que de alguna misteriosa forma, repercutirá en cada uno. De una manera positiva, por supuesto, no porque los precios de los productos y servicios subirán con la demanda; no porque se saturen los servicios municipales; no porque entrañe algún peligro de explosión… Se comprende que la discreción debe ser la norma en una instalación militar, pero no se ha informado a la población de los posibles riesgos.

Pero no sólo de la Base vive el hombre. Tenemos también el turismo. Un turismo exigente, lejos ya de los tiempos del veraneo familiar de dos meses en pisos alquilados. Para atraer al nuevo turista hay que diversificar la oferta, mejorar las instalaciones, participar en Fitur, recibir embajadas de alemanes o suecos. Vender el pueblo, en el sentido que le da al término el marketing. Y por supuesto, preferiblemente turismo de calidad, nada de mochileros o campistas. Restaurantes, hoteles, comercios en general serán los beneficiados de este turismo y los encargados de redistribuir la riqueza que tiene que venir.

De todas formas todavía la población llega a triplicarse durante los meses del verano. La saturación llega a colapsar los servicios del pueblo, lo que ha llevado a encarnizadas luchas políticas municipales y recriminaciones mutuas.

Sin embargo, el turismo es un motor económico un tanto precario. Con una importante volatilidad y con una repercusión socio-laboral limitada, no se promociona una gran variedad de puestos de trabajo. El turismo obliga a una servidumbre un tanto peligrosa. Se corre el riesgo de convertirse en un mayordomo propio de otras épocas, siempre dispuesto a conceder los caprichos del señor.

Creo que este pueblo es una parábola de la situación general del país. La difícil situación económica permite percibir la ampliación de una Base Naval como una buenísima noticia. Al margen de que esto suponga ponernos a su total disposición, arriesgar nuestro esfuerzo, aceptaremos cualquier condicionante, poner nuestras administraciones al servicio de este amo exigente y condescendiente. ¿Y qué mejor metáfora para referirnos a estar al servicio que el turismo?

¿Qué diríamos si quisieran implantar una central o un cementerio nuclear en nuestro pueblo? ¿Seríamos capaces de cegarnos sólo porque da puestos de trabajo? Aceptaríamos, creo, pensando en la miseria de muchas familias. ¿Seríamos entonces capaces de aceptar cualquier condición de trabajo? Es lo que nos dicen para justificar los cambios en la legislación y las condiciones laborales a través de múltiples reformas, cambios de reglamentos, convenios y otros movimientos mucho más oscuros.

La lista de reformas laborales que nunca cesan, las declaraciones de los empresarios que nos aconsejan olvidarnos de un puesto de trabajo fijo o de un sueldo estable. Prometemos, como decía Rosendo, estar agradecidos. La ilusión de un futuro mejor, o al menos, menos malo, nos está hipotecando. Las perspectivas son paradójicas, la cosa está fatal, soporta entonces cualquier puesto; pero va a mejorar, ilusiónate. Mr. Marshall llega ahora de nuevo, preparémosle el pueblo, maquillemos nuestras miserias, tengamos fe en nuestro salvador. Y pidamos un sólo deseo, un trabajo, un alquiler...

En mi hambre mando yo. Así contestaba un jornalero a un cacique que quería que trabajara para él en condiciones miserables. Salvador de Madariaga y José Luis Sampedro le recordaron. Esa clase de nobleza moral es la que quisiera encontrar en nuestros días inciertos.

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